José Romero Moreno: el héroe olvidado

26 de octubre de 2022

Por Adalberto Elías González
(Abril de 1937)

La prensa nos ha traído una noticia conmovedora, que nos refresca en la memoria el recuerdo de un heroísmo espartano. José Romero, un modesto garrotero que prestaba sus servicios a la empresa ferrocarrilera Sud-Pacífico de México, ha muerto, y ha muerto trágicamente, sin la gloria con que pudo sucumbir en la tarde del siete de noviembre de 1907 en Nacozari, estado de Sonora, junto con Jesús García.

No nomás en Sonora, sino en toda la República de México, se conoce la tragedia ocurrida en la fecha mencionada en el párrafo anterior. Frente a la estación ferroviaria de Nacozari se encontraba un convoy, dos cuyos furgones estaban cargados de dinamita. De pronto, el maquinista, Jesús García, se dio cuenta de que en uno de los vagones se había provocado un incendio que ponía en peligro no solo al tren, sino a la población entera, ya que la explosión de dos carros que contenían la dinamita era cuestión de unos cuantos momentos.

Correr, dando gritos de alarma inútiles, habría sido la solución de cualquier otro hombre hubiera dado a aquel perentorio peligro. Pero, para fortuna de los residentes de Nacozari, al frente del convoy se encontraba todo un hombre que, midiendo rápidamente las proporciones de aquella espantosa amenaza, resolvió ofrendar su vida para salvar las de los habitantes del lugar.

García se acercó a su amigo y compañero José Romero y lo invitó al sacrificio, afanándose el primero a poner en movimiento la locomotora, mientras el otro alimentaba la máquina con leña. Al fin, García y Romero consiguieron sacar al tren hasta las afueras de la población. Romero logró saltar de la locomotora a tiempo. Jesús García no. Para entonces, las lengüetas de la lumbre habían alcanzado al primer furgón de dinamita y vino la explosión.

Varios siglos antes de la Era Cristiana, en los tiempos de Dionisio el Joven, Pitias, filósofo pitagórico, fue sentenciado a muerte, pero el célebre personaje deseaba arreglar ciertos asuntos particulares en determinada forma antes de morir. Para que los deseos de Pitias se realizasen, su amigo Damón se comprometió a ocupar su celda, dispuesto a morir en la fecha fijada si para entonces no regresaba el condenado a muerte. Aquel rasgo de renunciación a la vida en nombre de la amistad no pudo ser más conmovedor, pero cuando las almas se embargaron de la más sublima de las emociones fue cuando el pueblo se enteró de que Pitias, quien pudo haberse aprovechado de aquella oportunidad de seguir viviendo, oportunamente, para que la condena de Dionisio el Joven se consumara. Dese entonces Damón y Pitias son el símbolo de la fraternidad y del sacrificio.

Recuerdo este pasaje histórico porque, precisamente me fue relatado por un maestro de escuela de la ciudad de Hermosillo en una mañana que, paseándonos por la alameda de la capital sonorense, me decía que a unos cuantos pasos de aquel sitio se hallaba la casa en que había nacido Jesús García, y que eso de la reencarnación de Pitias y Damón había sido el héroe de Nacozari y José Romero; pues mientras este insistió en ser él quien sin ayuda se enfrentase al peligro, Jesús García se opuso con energía hasta convenir en que los dos se enfrentarían a la muerte.

Y esta es sin duda una de las páginas más fulgurantes de la historia del México heroico; una página que nos hace recordar la sonrisa estoica que se dibujara en los labios de Cuauhtémoc al decir a su compañero de tormento: «¿Estoy a caso en un lecho de rosas?» Y la hidalguía y generosidad de don Nicolás Bravo, al perdonar a trescientos soldados realistas condenados a muerte, cuando tuvo noticias de que su padre había sido ejecutado por los enemigos de la independencia mexicana.

Hay algo, sin embargo, tan conmovedor como el acto heroico registrado en Nacozari en 1907, considerado desde otro punto de vista, y ese algo está contenido en el párrafo periodístico que consigna el fallecimiento de José Romero. Según ese párrafo el Damón de Nacozari al fallecer, y esto ocurrió hace apenas una semana, desempeñaba el modestísimo empleo de garrotero. ¿A caso nadie se preocupó jamás por premiarle aquel su acto de valor? ¿Qué forzosamente tiene que ser la muerte la única recompensa para los héroes? Jesús García pereció salvando a la población de Nacozari; pero el rasgo de valentía y de renunciamiento de José Romero, por haberse este salvado a tiempo, no fue menor que el de su amigo.

Y sin embargo, ya lo hemos visto. José Romero murió ocupando el mismo puesto que tenía hace treinta años, y lo que es peor, desconocido para la mayoría de los que, con toda justicia, veneran la memoria del héroe de Nacozari, quien, sin su ayuda, no habría podido dar cima a aquel hecho de heroicidad sublime.

(José Romero Moreno falleció el 10 de abril de 1937 a la edad de 48 años)

Texto publicado en el periódico La Opinión el 26 de abril de 1937
Año XI , Num. 223
Los Ángeles, California, EE. UU.


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