La historia de Jesús García, el héroe de Nacozari

5 de mayo de 2022

Por Rosario Margarita Vásquez Montaño y Jesús Ernesto Ibarra Quijada

Rara vez en la historia se crean héroes en el momento justo de mostrar su valentía. En los campos de batalla, los reportajes sobre los héroes caídos han tardado en recibir el reconocimiento de los pueblos. La historia, en ocasiones tarda y detiene por generaciones la gloria y el reconocimiento que merecen los héroes más valerosos. En México, los personajes más destacados de la Revolución Mexicana tardaron casi cuarenta años en recibir su reconocimiento como héroes por el Congreso de la Unión. Este no fue el caso del joven ferrocarrilero Jesús García Corona. No existe otro héroe civil en la historia de México que haya recibido tan grandes reconocimientos, muestras de aprecio y agradecimiento con tanta premura como el héroe de Nacozari. Solo unas horas habían transcurrido desde su fallecimiento y ya se entonaban las notas marciales de una admirable marcha compuesta expresamente a su memoria. No transcurrió un solo día sin que el héroe Jesús García fuese proclamado como benefactor de la humanidad. La misma tarde de los acontecimientos, el gobernador del estado de Sonora hacía reconocimiento del gran gesto heroico del joven ferrocarrilero. Al día siguiente, los diarios nacionales e internacionales proclamaban el heroísmo del héroe Jesús García Corona.

José Jesús García Corona nace un 2 de noviembre de 1881 en la ciudad de Hermosillo, Sonora. Hijo del Sr. Francisco García Pino y la Sra. Rosa Corona de García; fueron sus hermanos Trinidad, Ángela, Artemisa, Rosa, Francisco, Manuel y Miguel. En 1898, la familia decide trasladarse a Nacozari, lugar que, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, se encontraba en plena efervescencia minera y ferroviaria. Fue en este pueblo minero donde logró consolidarse como buen empleado a la corta edad de 17 años. Su buen desempeño en la empresa minera le permitió ocupar el cargo de maquinista de locomotoras a la edad de 20 años.

Era de carácter serio; modesto y humilde. Le gustaba pasear a caballo, vestir bien, tener amigos, enamorar muchachas y llevarles serenata con la orquesta del pueblo. Su personalidad reflejaba el estilo alegre del típico hombre sonorense. Era un joven despreocupado de la vida, ajeno a lo que el destino le deparaba. Su humildad no le hubiese permitido aceptar los honores que el pueblo mexicano le habría de rendir por décadas después de su muerte. 

Toda gesta heroica en la historia de la humanidad está generalmente fundada por un sentimiento del alma. Un sentimiento íntimo —bueno o malo—, pero que impulsa al ser humano a internarse en lo desconocido. En el 1907, ese sentimiento humano se hizo presente en el alma de Jesús García. Mientras muchos intentaban salvarse, el joven ferrocarrilero de escasos 26 años, puso por encima de sus intereses personales, la vida de miles de habitantes.

Cronología de los hechos

Es la mañana del jueves 7 de noviembre de 1907. El cielo nublado parece presagiar la tragedia que habrá de cernirse sobre el pequeño poblado serrano. La noche cantaron los gallos sin cesar y los perros ladraban sin razón alguna. Por la mañana, el aroma a leña quemada saluda la aurora que despunta entre los cerros del este y que aún permanecen como testigos silenciosos de aquellos históricos acontecimientos. Doña Rosa Corona presiente lo que habría de suceder pero para su hijo era un día más de trabajo. Doña Rosa, preocupada por lo que le pueda pasar, lo despide con una bendición advirtiéndole que tenga cuidado. Jesús asienta y parte. 

Al llegar al lugar de trabajo, todo sigue normal. Las máquinas están encendidas y listas para hacer viaje redondo al Porvenir y de ahí a la mina de Pilares para suplir de suministros a los trabajadores de la mina. Son tres locomotoras de modelo reciente. Dos de las máquinas ostentan el número 0-6-0 y en los furgones se aprecia la leyenda: The Moctezuma Copper Company – Phelps Dodge, Co. La locomotora que maneja Jesús es la número 2. 

La jornada de trabajo prosigue con la monotonía de siempre: encender la caldera y preparar el viaje cotidiano. Hay malas nuevas. Albert Biel, el ferrocarrilero encargado del tren y la tripulación se encuentra hospitalizado. Corresponde a Jesús García asumir el mando. Su experiencia le facilita cumplir con las tareas básicas que se le ordenan. 

Con el sonido del silbato y la campana al unísono, la máquina y el tren emprenden su viaje a la mina de Pilares, ubicada a aproximadamente 8 kilómetros de distancia y a unos 340 metros de altura respecto al nivel de Nacozari. El tren llega a su destino a las 7:45 a. m. El día sigue su curso y los trabajadores continúan con sus labores ignorando los que esa tarde habrá de suceder.

Es la 1:00 p. m. y se han realizado dos viajes redondos a la mina. Es hora del tradicional break. La proximidad de su casa le permite a Jesús regresar con su madre para disfrutar de la merienda, pero antes de partir llega una noticia inesperada: se necesita más material en la mina y se ocupan cinco carros. Hay que transferir ciento sesenta cajas de dinamitas con sus respectivos detonadores. Lo hacen sin ningún problema.

Concluidas las tareas, Jesús regresa a su casa y encuentra a su madre más preocupada que en la mañana. Tiene un mal presentimiento y le ruega a su hijo que se quede en casa. Este intenta consolar a su madre y le dice que solo le faltan dos viajes a la mina antes de terminar su jornada. El cielo sigue nublado y parece que se acerca una fuerte tormenta. Con la bendición de su madre, regresa a concluir sus labores. 

Son las 2:00 p. m. Los obreros dejaron disipar el fuego lo cual ha disminuido la presión del vapor. El garrotero José Romero y Jesús intentan alimentar el fuego para incrementar la presión, pero se percatan de un grave problema: la chimenea de la máquina está dañada. El cedazo de alambre que cubre la parte superior para evitar que escapen brazas de la caldera está roto. Los trabajadores del departamento de mecánica han ignorado la situación. Esto representa un grave problema, ya que la tripulación había acomodado los furgones con dinamita justo detrás de la máquina, ignorando las medidas de seguridad que lo prohíben. Justo en ese momento, los fuertes vientos arrojan chispas y brazas de la chimenea por el lado roto a lo largo de la locomotora y caen en las primeras dos góndolas sobre las cajas de dinamita. 

El incendio no se hace esperar. La tripulación intenta sofocar las llamas, pero el viento intensifica el fuego. Es inútil. El río lleva agua, pero está muy alejado. La dinamita empieza a arder, pero sin hacer explosión. Debajo de la carga hay cañuelas y detonantes; cuando el fuego los alcance, hará explosión la dinamita. El sitio donde se encuentra la locomotora hará propicia una reacción en cadena con resultados fatales. A escasos metros, se encuentra el almacén de explosivos con aproximadamente 45,000 kilos de dinamita. Se encuentran también enormes tanques que generan y almacenan gas. Al norte, a poco distancia del fuego, se sitúan grandes almacenes de productos químicos, pinturas y combustibles. La catástrofe es inminente. 

En estos momentos, la prometida de Jesús se encuentra no muy lejos de ahí, en su casa. Su sobrino, de apenas diez días de nacido, duerme en casa de su hermana. Había mucha gente en las calles, y las muertes y accidentes podrían llegar a cientos o miles. El tiempo no da tregua. Hay que actuar con prisa. Consientes del peligro, muchos han abandonado el lugar para buscar refugio, pero Jesús García toma la radical decisión que habrá de perpetuarlo en la historia. Ocupa su lugar en la cabina, empuña la palanca del vapor y ordena a la tripulación que abandone el tren. Una vez al frente de la locomotora, el futuro del pueblo está literalmente en sus manos. El único que lo acompaña es José Romero: el fogonero.

El plan de Jesús es simple: lograr que la locomotora alcance el nivel más alto inmediato y saltar, dejando que la máquina siga la pendiente lejos del pueblo hasta hacer explosión. Una vez en camino, y en plena cuesta arriba, le pide a Romero que abandone el tren. Este obedece, salta y encuentra refugio en una alcantarilla cercana. Faltan aproximadamente 50 metros para alcanzar la planicie más cercana y para abandonar el tren. Jesús da una última mirada atrás y observa al pueblo, consiente que tal vez esta sea la última vez que lo volverá a ver. 

Las 2:20 p. m. Desde el kilómetro seis del camino a Pilares, varias detonaciones consecutivas sacuden la tierra. Una enorme nube negra se disipa por los aires lanzando consigo fierros, tallas, vías y demás objetos que caen en los techos de las casas. Las góndolas que cargaban la dinamita desaparecen por completo y la máquina yace despedazada en un enorme cráter. La explosión es tan fuerte que los vidrios de los edificios más cercanos estallan en pedazos. El estallido se escucha a 16 kilómetros del lugar. El pánico colectivo se apodera de los moradores, quienes asustados buscan refugio en los lugares más cercanos. En el pueblo nadie sabe con exactitud lo que sucede. Cuando las cosas se calman, la gente recupera el sentido y se percata de la situación. El comisario José B. Terán llega con un piquete de policías al lugar de los hechos. Hay varios muertos y algunos heridos. El cuerpo de Jesús García se encontró a una distancia de veinte pies, quemado y destrozado de tal manera que era casi imposible reconocerlo. Logran identificarlo por sus botas. Murió al instante, pero había logrado salvar la vida de miles de habitantes a costa de la suya.

Aquel cielo nublado es incapaz de seguir sosteniendo la lluvia y descarga sobre el pueblo una fuerte tormenta. Durante toda la noche, la intensa lluvia empapa la tierra y limpia la sangre de un nuevo héroe en la historia de México. Esa misma noche velan el cuerpo del joven héroe, mientras la orquesta del pueblo ejecuta la marcha que lleva su nombre. José Romero, severamente trastornado por la magnitud de la explosión, repite constantemente: «¡Esta noche, hasta el cielo llora!»

Epílogo

Al anteponer su vida por la de los demás, Jesús García Corona fue elevado a la gloria por su hazaña y por su integridad como ser humano. Esa gloria le fue otorgada desde el mismo día de su trágica muerte. La gran conmoción que causó el acto insólito se desparramó como la pólvora y se divulgó inmediatamente por la región, el estado, la nación e inclusive el extranjero. 

El acto heroico que se le confiere es claro, sincero y auténtico. «Para ser héroe» —dice el historiador mexicano Patricio Estévez— «no necesitó afiliarse a nadie ni librar batalla en guerra propia o extraña, le bastó ser hombre, hermano del hombre…» (Estévez 1984). Es héroe por el acto mismo y así le fue y les es reconocido desde siempre. 

La vigencia del heroísmo de Jesús García Corona radica en el alcance que este ha tenido a partir de los distintos reconocimientos que se le han presentado. Entre éstos destacan ordenamientos jurídicos, museos, instituciones, calles y plazas que llevan su nombre, así como cientos de monumentos que han sido erigidos en su memoria por toda la República Mexicana y el extranjero. Estos reconocimientos permiten apreciar el alcance que el acontecimiento ha logrado más allá de las fronteras del estado y el país; porque a pesar de haber sido «…escenificado en un pueblo ignorado, protagonizado por un obrero humilde, es un hecho local, de importancia secundaria, pero en sus lineamientos más amplios… se destacan elementos que atañen al género humano, a los sentimientos más elementales […] y bajo este aspecto, reviste interés universal» (Terán 1967).

Era un hombre serio que conocía el valor humano y que no le importó ofrendar su vida por la integridad de un pueblo. ¡Jesús García vive! Sí, en la gente del pueblo que ahora lleva su nombre; en la memoria y el recuerdo de generaciones de mexicanos y en la esencia del héroe que se presenta ante nosotros con los fragmentos de aquel tiempo que se relaciona con el presente de la comunidad. Jesús García y los significados del acto heroico han dado cohesión, forjado una conciencia social y un cúmulo de valores y representaciones en la comunidad nacozarense (Carlyle 1985). 

Nacozari de García le dio al mundo un ejemplo a seguir. Le dio a México un héroe civil que destaca de los demás; un joven con un futuro prometedor que, a pesar de su corta edad, supo hacer lo correcto en un momento decisivo cuando el futuro de miles de personas estaba en sus manos. Aceptó con valentía y heroísmo lo que el destino le había preparado.

Se llamaba antes de morir: José Jesús García Corona, se llama ahora: El héroe de la humanidad. 


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