El Nacozari de los buenos tiempos

9 de abril de 2022

Por Óscar Romo Salazar

Nacozari fue durante muchos años uno de mis lugares favoritos. Independientemente de que haya sido donde mi esposa María Emma nació y se crió, Nacozari es —o más bien, fue— un pueblo maravilloso, fuera de lo común por sus características y, huelga decirlo, por su gente.

Digo que fue un pueblo maravilloso porque hoy es cualquier otra cosa, menos eso. Sin embargo para quienes lo conocimos y disfrutamos en otras épocas, su belleza es imborrable e incomparable. Enclavado entre cerros escarpados —siendo como es un pueblo eminentemente minero—, con sus callecitas sinuosas y su río que solo corre en época de lluvias, Nacozari tiene un sabor único, aún hoy en día y a pesar de los cambios que han borrado parte de su encanto de antaño.

Una pequeña parte del pueblo conserva su fisonomía original. La plaza principal en cuyo derredor se encuentran los edificios de piedra que antiguamente ocupara la Moctezuma Copper Company (MCC), la biblioteca y otros locales, sigue más o menos igual, y supongo que todavía está en su extremo oriente la fuente en la que unos niños abrazados miran caer el agua a la pileta. Entiendo que esta escultura fue traída de Francia por un señor Douglas, director de la MCC.

Consecuencia de los muchos y muy profundos cambios ecológicos que han sufrido el pueblo y su entorno, es que ahora llueve mucho menos que antes, en la época en la que fui por primera vez a visitarlo… y me enamoré de este pueblo singular. 

Eso ocurrió el 7 de noviembre de 1953, cuando a bordo de una diligencia de Transportes Vázquez Urrea que hacía el trayecto por la sierra —por caminos de terracería en perenne mal estado, llevando el correo y dos o tres pasajeros—, me tiré a la aventura de ir a visitar a la que diez años más tarde se convertiría en mi esposa y madre de mis tres hijos. 

Si mal no recuerdo hicimos siete horas de camino, con un frío de pronóstico que calaba hasta los huesos, sobre todo a mí, que no estaba acostumbrado a temperaturas como las de la sierra. En Nacozari no nieva tanto como en Cananea, pero las heladas y los fríos son sumamente intensos, o al menos lo eran.

Las primaveras y veranos son, o eran, deliciosos. Al menos en aquellas épocas de las que le hablo llovía mucho —casi todas las tardes—, y el clima era muy agradable. El represo tenía siempre agua y el río corría con gran frecuencia. Eso ya no sucede en la actualidad.

Recuerdo con especial emoción lugares como la Cuesta del Castillo, la casa de fuerza y los enfriadores para los generadores de energía eléctrica. El cerro de La Rasquera y el de La Sirena, la desaparecida Casa Grande de la Compañía donde en una época se alojaban los visitantes distinguidos y parajes hermosísimos como La Púrica, Calabazas y Cuchuta.

Nacozari fue tierra de música y músicos. Dos de ellos en particular han trascendido las fronteras del estado y del país: don Silvestre Rodríguez y don Manuel S. Acuña, compositores de incontables e inolvidables melodías como Alma Angelina, Mis ojos me denuncian, Tu Mirada, El Costeño, La Pilareña, etcétera.

Gracias a don Crisanto Figueroa Molina, tío finado de mi esposa y nacozarense de hueso colorado, pude conocer muchas historias del pueblo y sus personajes notables. Conservo algunos documentos que él me obsequió por considerar que en mis manos estarían a buen recaudo. Entre ellos la historia de la cuesta del castillo: una hermosa casa de piedra que aún existe y que debería ser protegida para la posteridad, y de las personas que han sido sus propietarios a lo largo del tiempo.

Crisanto Figueroa, quien residió gran parte de su vida en Los Ángeles, California fue miembro muy activo del benéfico y altruista Círculo de Amigos Nacozarenses que funcionó durante muchos años en aquella ciudad y que se dedicaba a realizar actividades en beneficio del pueblo. Por ejemplo, las bancas que hubo en la plaza principal fueron donadas por ellos, así como también gran cantidad de equipo para el antiguo hospital y la biblioteca.

Él me obsequió unos discos LP de 33 r.p.m. que ese Círculo prensó en Los Ángeles con música de Silvestre Rodríguez, uno de ellos, y otro de Manuel S. Acuña. Con el producto de sus ventas se adquirieron camas de hospital, sillas de ruedas y otros equipos que fueron donados a Nacozari.  

De sus manos obtuve una copia de la edición N.º 46 del periódico El Nacozarense, de fecha sábado 16 de mayo de 1936, cuyo precio era de 5 centavos. El director de este periódico en esa época era Efraín León y el jefe de redacción era J. Trinidad Chávez R., y la edición consta de ocho páginas.

En dicha edición se anuncia la llegada de una gran excursión compuesta por miembros de las Cámaras de Comercio de Douglas, Bisbee y Agua Prieta, y otros personajes de diferentes puntos del estado. Se anuncia una convención de cámaras de comercio en esta ciudad de Hermosillo, los días 15, 16 y 17 del mes de mayo de 1936. Se informa que Roberto Elzy Torres será el nuevo agente de la Cervecería de Sonora en los distritos de Moctezuma y Arizpe. Se anuncia el juego de béisbol entre las novenas Atenas de Douglas, Arizona y Tigres de Nacozari, en el taste del pueblo. En el lineup del equipo Tigres estuvieron Luis y Jorge Freaner (+), tíos de mi esposa.

Viene también la reseña de la boda de mis difuntos suegros, don Francisco Freaner Ruíz y doña María Luisa Figueroa Molina. Se informa de la puesta en circulación de unas nuevas monedas de cupro níquel de cinco y diez centavos, y de la entrada en vigor de la Ley Húmeda de Sonora, la cual permite la venta de toda clase de aguardientes, gravados con fuertes impuestos para reducir su consumo. 

Publicidad diversa: Compradora de Minerales y Pastas, S.A., gerente T. B. Englehart, Hotel «el mejor del Estado de Sonora», administrador Miguel Hurtado. R. S. Clinch, compra y venta de minerales. Anuncio del Ferrocarril de Nacozari con salida a Agua Prieta los miércoles y regreso los jueves. Tienda La Moderna de R. Uribe Romo. Tienda La Moda de Francisco Upton Freaner Moreno. Ferretería La Central de Alberto Vázquez Gudiño. Susano Montaño, comerciante y comisionista. Miguel M. Maldonado, agente de ventas de Tapia Hermanos, Mercería de la Paz, Botica Moderna, Olivares Espinosa y Compañía de Hermosillo.  

Ahora dígame usted si recordar no es volver a vivir… ¡Me canso!

Segunda parte

Mi primer viaje a Nacozari fue el 6 de noviembre de 1953. Tenía yo entonces 16 años, cursaba el primer año de preparatoria en la Unison e iniciaba apenas un noviazgo de diez años con la que hoy es mi esposa, María Emma Freaner Figueroa.

Con motivo de la conmemoración del cuadragésimo sexto aniversario de la gesta de Jesús García —de atrevido y a pesar de la inconformidad de mi padre—, me encaramé en un pickup de los Transportes Vázquez Urrea que hacían el recorrido por la sierra entre Hermosillo y Nacozari, por caminos bellísimos y llenos de paisajes y rincones preciosos, aunque no por ello dejara de resultar una ordalía hacer el viaje, por las terribles condiciones de aquellos caminos de terracería. En aquel entonces faltaba aún mucho para que se construyera la carretera que hoy une a ambas poblaciones.

En el vehículo iba también un muchacho de nombre Ignacio Romo (ningún parentezco conmigo), estudiante de farmacia en la Unison y a quien yo no conocía, en cuya casa me hospedé a invitación suya. Nos subieron en la parte trasera del pick-up, sobre los costales de cartas y paquetes destinados a los pueblos que tocaba en el trayecto. En la cabina: el chofer y dos mujeres que iban a Cumpas.

Salimos de Hermosillo al mediodía de un día típico de principio de invierno, bajo un sol tibio, y yo lleno de ilusión porque iba a ver por vez primera a mi novia a su pueblo. Ella estudiaba en el Colegio Lux de Hermosillo, pero había ido a la festividad del Héroe de Nacozari, así que ahí iba yo, un chamaco inexperto (pero muy aventado) en pos del amor de su vida, con rumbo a lo desconocido.

Pasamos por Ures, Mazocahui, Moctezuma, Cumpas, Los Hoyos y Jécori para finalmente llegar a Nacozari, ya bien entrada la noche. En cuanto empezamos a subir la sierra comenzó a apretar el frío. Recuerde usted que íbamos mi compañero y yo en la parte de atrás, sentados sobre las sacas de correspondencia. Un frío como no lo había sentido yo en mi vida, y eso que el invierno apenas empezaba. Llevaba muy orgulloso una chamarrita delgada con una gran «U» de la universidad cosida en la espalda, así que si no me morí de frío fue por puro milagro… y porque la juventud aguanta casi todo.

Finalmente llegamos, de noche como dije, y no tuve oportunidad de ver nada de Nacozari hasta el día siguiente, en que después de desayunar nos fuimos a la plaza principal donde se realizarían las ceremonias. Entonces recibí el impacto de mi vida: Aquel pueblo no era para nada como los otros que habíamos pasado en el viaje por la sierra. Este era algo totalmente diferente.

Callecitas serpenteantes que subían y bajaban, casas muy bien arregladas, todas con techumbres de lámina galvanizada a dos y cuatro aguas, muchas flores por doquier y una vegetación exuberante. Me enamoré instantáneamente de aquel pueblo maravilloso… y eso que todavía me faltaba conocer a su gente, sin parangón en el estado.  

Más adelante tuve oportunidad de ir a Nacozari en muchas otras ocasiones, casi siempre durante las vacaciones de verano, excepto el Año Nuevo de 1957. En esa ocasión me hospedé en el Hotel Nacozari, que era propiedad de Antonio García «El Rorro», tío político de mi novia, y que me hacía precio especial dada mi doble condición de pretendiente y estudiante.

Ese fin de año sentí el peor frío que he sentido en mi vida, y una noche literalmente tuve que taparme con el colchón de la cama porque estuve a punto de congelarme. ¡Qué horror! En cambio, los veranos eran algo único. Llovía todas las tardes, dejando el ambiente cristalino y fragante, con una temperatura que obligaba a ponerse un suéter por lo fresco.

Pueblo precioso, atípico, alegre, sofisticado para aquellos tiempos, apegado a sus usos y costumbres y lleno de gente buena, hospitalaria y que siempre me trató como si fuera uno de ellos. Su plaza principal es única. De forma alargada, con un kiosco sencillo, el obelisco conmemorativo de la gesta de Jesús García y la Fuente de las Sonrisas, que mencioné anteriormente. 

En derredor, el precioso edificio de cantera natural de las oficinas de la compañía minera y otro similar que alojaba a la biblioteca del pueblo (hoy Palacio Municipal). Al oriente la que fue escuela secundaria y en el costado norte el Hotel Nacozari (que merece ser remodelado y rescatado) y una serie de oficinas diversas que han desaparecido para dar paso a bancos y otros servicios. Al poniente remata con el cerro de La Sirena.  

Gente que nunca olvidaré: Los Maldonado, los Soto, los Uribe, los Aldana, los Montaño, los García, los Andrade, los Ramos, los Ortiz, los Véjar, los Silva, los Noriega, los Durazo, los Kaldman, los Amaya, los Corella, los Hernández, los Tostado, los Zapiain, los Parra, los Munguía, los Méndez, los Molina, los Vázquez Gudiño y tantas otras familias que lamento no poder enlistar por la escasez de espacio, pero todas igualmente recordadas y queridas por mí.

Lugares y parajes: la cuesta del castillo, los jalis, el taste de la Oposura, Churunibabi, La Púrica, La Pera, Calabazas y el viejo y hoy casi seco represo. Mención especial para el curso del río Nacozari, que corre entre barrancos escarpados y cerros verdes, con sus recovecos y hermosas tinajas, verdaderas piscinas naturales en época de lluvias.

Nacozari lleno de flores (hasta magnolias había en el costado sur de la plaza principal, traídas de sabe Dios dónde). Sabrosas frutas: Peras, manzanas, duraznos, toronjas, naranjas y granadas. Nacozari de gente trabajadora y sacrificada, pero muy amante de las fiestas y los bailes que atraían gente de todos lados: Cananea, Bacoachi, Cumpas, Moctezuma, Arizpe, Fronteras, Esqueda, Granados, Agua Prieta, Douglas y otros puntos.

Nacozari bello, dulce, apacible, añorado y amable, que por tantos motivos y razones fue mío en adopción de amor. Jamás lo olvidaré mientras viva.


Acerca del autor:

Óscar Romo Salazar (originario de Hermosillo, Sonora). Estudió la carrera de arquitectura en la Ciudad de México. Fue periodista, analista político, conductor, columnista en El Imparcial y autor del libro A contracorriente: 25 años desde la trinchera. Falleció en diciembre de 2020.


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