Añorando a don Silvestre Rodríguez
16 de noviembre de 2022
Autor desconocido (ca. 1976)
Silvestre Rodríguez Olivares, «El cantor de Nacozari», o Tío Tete, como se le conoció por todos los nacozarenses por su amor a los niños y el cariño que demostró para todos, nació en Sahuayo, Michoacán el 23 de diciembre de 1874 y murió en Nacozari de García el 31 de marzo de 1965 a la edad de 90 años.
Manifestó su vocación por la música desde muy temprana edad. A los diez años conocía los misterios de la flauta y el violín, instrumentos que en aquellos tiempos eran los más difíciles de adquirir y cuyos débiles sonidos marcaban, como el aire de los campos michoacanos, susurros musicales que inspiraban al niño, quien era conocido en el pueblo porque siempre andaba lalareando tonadas nuevas.
Y fue precisamente a los diez años de edad cuando compuso su primera obra que tituló Pueblito, dedicada a su barrio natal, en la que el niño se presentó como pintor musical, describiendo las sonrientes aguas del río, el azul del cielo y el misterio de las montañas lejanas que algún día cruzaría para llegar a tierras desconocidas.
En su temprana juventud se unió a la Orquesta del Valle, que visitaba los estados vecinos, y un día decidió quedarse a vivir una larga temporada en Colima, donde trabajó con varios conjuntos musicales y aprendió a tocar el piano lírico. Pasó después a Baja California y al estado de Arizona en los EE. UU. Vivió una temporada en Nogales, Arizona, donde compuso La Nogalense, y de ahí siguió a Douglas, Arizona, donde se ocupó como músico y daba clases de solfeo a jóvenes y niños.
Poema a Silvestre Rodríguez – Por Manuel Munguía © 1965
Su forma pulcra de vestir, su limpieza de alma y su carácter alegra lo hicieron adquirir muchas amistades, una de ellas el señor cónsul americano en Agua Prieta, quien un buen día lo invitó de cacería a Nacozari, donde estaban en su apogeo los trabajos de las minas y del ferrocarril que acababa de llegar al pueblo. Y en el tren número 56, a las 3:00 de la tarde del 15 de abril de 1905, aquel hombre de 21 años de edad conoció Nacozari.
De inmediato quedó prendado de la tierra que acababa de descubrir, de la franqueza norteña de sus hombres curtidos por el trabajo y por la categoría y belleza de sus mujeres.
Silvestre se quedó en Nacozari. De inmediato se decidió a organizar una orquesta, y recordaba el Tío Tete que los primeros que le demostraron su fe y confianza fueron el «Tegua Larga» Durazo y Cayetano Moreno, de Moctezuma. El apuesto joven Rodríguez fue reconocido y aceptado por la sociedad nacozarense. Se casó el 31 de agosto del mismo año con la virtuosa señorita Delfina León, fincando su residencia permanente en Nacozari, donde inspiró su fecunda obra que consta de más de 2,000 composiciones. Estos datos fueron proporcionados personalmente por don Silvestre el 19 de noviembre de 1962 en casa del señor Raymundo Arvizu, en Norte Num. 82 de la ciudad de Magdalena, Sonora.
Amigo personal de Jesús García, siempre alegró con sus serenatas el corazón de este joven, y fue el último mortal en saludar de mano al maquinista cuando este se dirigía a su trabajo el 7 de noviembre de 1907, tocándole se testigo presencial de la catástrofe de ese día.
El 8 de noviembre, en los funerales del héroe, don Silvestre y su orquesta tocaron por primera vez la marcha himno a Jesús García, que aún se escucha cada 7 de noviembre, entonada por los alumnos de las escuelas para recordar al mártir.
Entre las composiciones que recordamos de pronto, y algunas de ellas estremecían a los sonorenses durante la Revolución, llegando a ser sus himnos La Adelita, El Club Verde, de Campodónico y La Pilareña de don Silvestre. Entre sus obras más conocidas contamos:
Tú Mirada, que se inmortalizó en 1897
Linda Morena, que dio la vuelta al mundo
Suspiros y lágrimas (1903)
La Pilareña (1906)
Belén (1915)
El Costeño (1920)
La Nogalense
Labios de coral
Para ella
Recuerdos del pasado
Sueño de amor
Quien pudiera volverte a ver
Cenizas, intermezzo dedicado a doña Enriqueta de Parodi
Ecos de tu voz
La Mancornadora
Los Calzones, dedicada a Nacho Vindiola
Enriqueta, dedicada a Queta Montaño
Celina, dedicada a Celina Montaño
San Isidro, dedicada al pueblo de Granados
Isabel, para Chabela Figueroa
Mañana, para Guti González Baz y esposa
La Bernardina, a su suegra
El Vaquero
Déjame llorar
A mi primer amor
Salsa picante
La charanga de Horacio
…y muchas más.
Nos tocó en suerte escuchar de sus labios temblorosos su última inspiración dedicada a su esposa Delfina, el amor de su vida, composición que tituló Paloma. Dejó 300 valses, polkas, oberturas, mazurcas, intermezzos, serenatas, fox, siendo inédita gran parte de su obra.
Tal vez sea don Silvestre el compositor sonorense por adopción que recibió más condecoraciones: siete medallas de oro, trofeos y menciones honoríficas, y quien, con su poesía, romance, su música y su humildad, supo cantar la belleza de nuestras mujeres, la hermosura de las serranías, y la excelsitud de su héroe epónimo Jesús García, fue don Silvestre, amigo leal y sincero; el maestro, el compositor que más gloria dio a Nacozari y a nuestro estado, en toda una época digna de recordarse.
Tres generaciones de nacozarenses sintieron sus primeras inquietudes amorosas conmoverse al compás de la música de don Silvestre; ellos escucharon muchas tibias madrugadas serenatas con olor a perfume de magnolias; flotan aún en los tiros de las minas de Pilares los ecos de Tu Mirada, La Pilareña, El Costeño, y ellas seguirán siempre este ambiente.
Cuando murió su esposa Delfina en Douglas, Arizona, donde fue sepultada, el Tío Tete compró junto a ella un lote para quedar junto a su amada, y se volvió a su hermosa casa de Nacozari, la que fue testigo de su inspiración. El tiempo marcó su paso inexorable, y ya viejo y enfermo quiso recogerse con su ahijado consentido, don Raymundo Arvizu en Magdalena, Sonora. De ahí se fue a Mexicali, donde encontró atención de su médico de cabecera, el Dr. Manuel Contreras, pero su edad tan avanzada y pérdida de vista no ayudaron mucho.
Presintiendo su fin, se trasladó a Douglas para acercarse a su esposa, pero dicen los testigos que lo acompañaron que murmuró: «Perdóname, Delfina, pero quiero morir en mi casa; quiero que me sepulten en Nacozari».
Consciente de que la vida se le escapaba, pidió que lo trajeran a su hogar de Nacozari, a donde llegó en su último viaje con vida aún, el 30 de marzo de 1965 por el mismo ferrocarril que lo condujo aquel 30 de abril de 1905. A las 13:00 horas del día 31 de marzo dejó de existir el gran maestro, pero dejó para la posteridad su música inolvidable.
El gobierno y el pueblo de Sonora, en reconocimiento a su grandeza, decidieron dedicarle un parque y unidad cultural que constará de plaza, museo y biblioteca, un reloj musical que cada hora de una tonada de don Silvestre y al centro, el busto que el Círculo Social Amigos Nacozarenses donó al pueblo. Además, la calle que pasando por su casa, se iniciará en la plaza Silvestre Rodríguez, se tomó el acuerdo de llamarla con su nombre. Este conjunto será un digno homenaje a su memoria.
A don Silvestre Rodríguez
Poema de Manuel Munguía © 1965
Venimos de los puntos más distantes
a recordar con obsesión tus cosas,
donde son de lo más maravillosas
tus piezas musicales resonantes,
que estrujan de emoción los palpitantes
corazones henchidos de respeto,
cariño y devoción; pues no es secreto
el enorme valor que tus canciones
a Nacozari en todos los rincones
le dieron de tu plectro más coqueto.
Tu Mirada que a tanto enamorado
ha servido en romántica mancuerna,
para hacer de su amor la prenda eterna
de su fiel corazón ilusionado,
inicia para el novio emocionado
A mi primer amor en serenata,
y termina pidiéndole a la ingrata
tu Déjame llorar en la Alborada
de un Mañana que hiere y anonada,
por la Vida de ensueño que lo mata…
Y empieza con su ruego entre pesares
de Suspiros y lágrimas sin calma,
que lo hacen entonar Amor del alma
hurgando por sirenas de otros mares:
A la Linda morena busca en bares
y al mitigar sus cuitas con empeño
se alegra con las notas de El Costeño
y el Retorno al hogar, que lo obsesiona,
entre Flores y espinas lo presiona
hasta hacerlo sentir ser muy pequeño.
Son tus coplas sus fieles compañeras
en su viaje de amor que casi muerto
lo han empujado Soñando despierto
entre Amigos alegres, sin fronteras,
cayendo en la ancha sima sin barreras
a pesar que la vida nos enseña:
Son ellos siempre la gigante peña
donde el tropiezo duele con más ganas.
¡Por ellos pintan mucho más las canas
al son alegre de La Pilareña!
Todo ese mundo musical que dejas
para que el pueblo en su folclor lo cante,
es todavía el gusto del amante
por tus canciones que, por ser añejas,
no son fatales y menos complejas:
Las canta El Yaqui como buen hermano
en igual tono que lo hace El Serrano
y dedican Belén y Teresita,
Celina y Trinidad, con la exquisita
gracia y talento que plasmó tu mano.
Dejas un pentagrama de sonidos
que hacen surgir tus notas milagrosas,
como ramos de nardos y de rosas
que arrullan sin espinas los oídos,
de quienes al recuerdo muy asidos
tu homenaje post mortem elevamos
y cada danza Tuya te tocamos
imprimiéndole un dejo de alabanza
pues tu gran corazón con añoranza
de nostalgia y afecto recordamos.
El Nacozari de Jesús García
tu amigo insigne de inmortal memoria,
ha escrito ya tu nombre en esa historia
que habla también de rica minería,
de mujeres hermosas e hidalguía
de su héroe que salvó este pueblo santo,
y a quien con pena le diste tu canto
sintiendo que es tu tierra su Sonora,
y tu hogar, Nacozari, que hoy te llora
con tus notas que enjugan nuestro llanto.
Bendito siglo veinte que hospedara
apenas al inicio de sus años
a gente como tú, ya esos tamaños
en autores de hoy ¡quién los hallara!
para tocar la nota que arrastrara
al joven que se aturde con los ruidos
remedos de canción, hoy preferidos
por esa juventud incontrolable;
¡Vuelve a tu cuerpo y en un gesto amable
dale a tu corazón nuevos latidos!
Por siempre habita en esta tierra tuya
¡Tumba violada del metal cobrizo!
donde un hombre del tren un héroe se hizo.
No permitas que al pueblo lo destruya
la falta de un valor del que rehúya
la indiferencia y el egocentrismo,
que son resbaladero hacia el abismo
donde un pueblo su espíritu destroza;
¡Que no caigamos en la obscura fosa
ajenos al buen temple y al civismo!
Y cuando lleguen los aciagos días
del olvido a tu nombre y a tu obra,
Dios nos dé la ilusión con que recobra
la flor su encaje en las mañanas frías,
cuando el sol templa amable sus tardías
corolas impregnadas de rocío;
y en poema inmortal rompa el hastío
tu música de vals o polka suave
que las baile con gracia Nacozari
tu hogar eterno, plácido y bravío.
Poema escrito en el tren el 1.º de abril de 1965 en trayecto a Agua Prieta después de haber anunciado al pueblo de Nacozari de García por sonido local la muerte la noche anterior de don Silvestre Rodríguez Olivares en la casa cural del lugar. Actualizado y leído por primera vez en la ceremonia luctuosa de aniversario el 31 de marzo de 1992.
Portada: Don Silvestre Rodríguez a los 86 años de edad. Foto: González Baz
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