Un recuerdo del héroe de Nacozari
30 de octubre de 2023
Cómo ocurrió la tragedia en la que Jesús García perdió su vida para salvar a centenares de inocentes.
El siguiente relato, publicado en 1930, sobre la terrible tragedia en la que pereció un joven que ofrendó voluntariamente su vida para salvar de la muerte a cientos de personas, ha sido escrito conforme a los datos proporcionados por el señor Marcelo Olazaga.
Jesús García nació en la casa marcada con el número 32 en la calle Rosales en Hermosillo. Hay quien asegura que el lugar de nacimiento de Jesús García no fue precisamente la casa de la calle Rosales, ya destruida, al igual que otras, para llevar a cabo la prolongación del parque Francisco I. Madero, sino una que ya no existe en la Iglesia Vieja, congregación que se encuentra a cuatro leguas de la capital del estado de Sonora, contigua a una tenería que fue del finado don Carmelo Ortega y distinte como 250 metros del sitio elegido para la construcción de una fábrica de cemento. Fueron sus padres Francisco García Pino, nacido en San Miguel de Horcasitas y doña Rosa Corona de García, originaria de Hermosillo, de cuyos familiares no quedaba más que un hermano, el señor Manuel Corona, que era de oficio mecánico, que residió por muchos años en el barrio del Puente Colorado, y que ya hace tiempo es finado. Los esposos García tuvieron varios hijos siendo el último Jesús, que es el nombre de nuestro biografiado.
En la casa lugar de su nacimiento, en la calle Rosales, que ha sido de la propiedad del señor Agustín Millet, y que ha pasado a manos del gobierno del estado para destruirla para los fines que indicamos arriba, se encontraba una lápida de mármol com esta inscripción: «En este lugar nació el socio Jesús García, Héroe de Nacozari, humilde obrero que inmortalizó su nombre dando su vida por salvar un pueblo. Sociedad Artesanos Hidalgo».- Hermosillo, 16 de septiembre de 1928.
De pueblo en pueblo
Después de recibir sus primeras letras en una escuela que se encontraba en el barrio de la calle de Moneda, la familia tuvo que abandonar Hermosillo porque a don Francisco se le había presentado un buen empleo en el mineral de La Colorada. Tuvo el jefe de la familia que hacer ingresar a sus hijos, que se encontraban en la edad escolar, a la escuela del lugar.
Jesús tuvo la oportunidad de conocer parte de la mecánica y ampliar sus conocimientos en el manejo de máquinas del taller que se encontraban bajo las órdenes de su padre. Cierta situación anormal hizo emigrar a la familla en busca de mefores horizontes y fue a radicarse al pueblo de Batuc, en donde tuvo una situación bonancible. Don Francisco ganaba lo suficiente para atender a sus necesidades y ahorrar un poco más. Tenía suficiente trabajo en todos los ranchos y era conocido en toda la región como el mejor herrero y carrocero. Volvió Jesús a la escuela en donde cultivó más conocimientos.
La familia tuvo noticias de que el mineral de Cananea se encontraba en inmejorables condiciones y allá fue a principios del noventa y ocho. La alucinación de las ricas vetas de oro y de cobre los hizo caminar a un soñado Eldorado. Pasó el tiempo y la familia no contenta con los medios de vida emigró a Nacozari y en donde también se decía que se habían descubierto ricos metales. Nacozari atraía a la gente trabajadora porque la que regenteaba el mineral daba un buen trato a los obreros que se encontraban bajo su dependencia. Llegó Jesús García con menos de 18 años de edad, todo un mozo lleno de juventud vigorosa dispuesto a repeler cualquier infortunio de la suerte y a desarrollar todas sus facultades. Comenzó al cuidado de la máquina trituradora de me tales y se dio a conocer en diversas ocasiones por su pericia. Gozando de mayores prerrogativas, se hacia cargo de una de las máquinas del ferrocarril e iniciaba su corrida en el tren de pasajeros.
1904 fue el año en que principió su vida de ferrocarriles, llena de grandes esperanzas para el porvenir.
La tragedia
Y así fue pasando el tiempo hasta el 7 de noviembre de 1907, fecha de la tragedia. Eran las dos y cuarto de la tarde, y el joven García platicaba animadamente con varios compañeros de trabajo, frente a la estación de Nacozari, cuando uno de los empleados del ferrocarril, un telegrafista, interrumpió la plática de los trabajadores para comunicarse que dos furgones cargados de dinamita ardían.
El telegrafista hizo ver a los trabajadores el grandísimo peligro a que estaban expuestos, no solamente ellos, sino todos los habitantes de Nacozari.
García reflexionó un momento. Luego dió a conocer su resolución: Subiría a la locomotora, arrastraría los carros cargados de dinamita, envueltos en llamas y a punto de explotar, hasta la vía Seis, a un kilómetro y medio de la concentradora, por el camino férreo del mineral de Pilares. Así salvaría a cientos de inocentes de una muerte segura. Los amigos trataron de hacerlo desistir de tan heroica y arriesgada empresa.
—¡Vas a morir! —le dijo alguien.
Pero el joven, sereno, y dispuesto al sacrificio, corrió hacia la locomotora, abrió las válvulas y emprendió una loca carrera, llevando tras de él al tren de la muerte. Estoicamente se resolvió a morir y partió. Hubiera podido soltar el vapor y dejar correr el tren; pero el Seis era una subida y la empresa habría resultado inútil.
Momentos después una fuerte detonación trastumbaba hasta lejanos confines dando a conocer que había nacido el héroe ante la inmortalidad. Murieron Jesús García y doce personas más que se encontraban, unas trabajando, otras de viaje (había dos representantes de casas extranjeras que iban a Pilares, a quienes se les advirtió que la máquina llevaba dinamita); otras en quehaceres domésticos en chicotas plantadas como campamentos en aquel eriazo. Entre dichas personas figuran los nombres de José Yáñez, trabajador de un campo minero que se encontraba en movimiento, denominado “El Globo”; Francisco García, operario de las minas de Nacozari que se encontraba de paseo en ese día, gozando de vacaciones cerca del lugar de la catástrofe; una señora de nombre Cornelia Márquez y su hija la señorita Lucía; un niño de apellido Padilla de familia de los pueblos de río Sonora y algunas personas extranjeras que viajaban entre los que iban los agentes mencionados. La señora y señorita Márquez estaban en una casa cercana que ocupaba un empleado guardavía, que destruyó por completo la explosión. Hubo muchos heridos entre los cuales todavía sobreviven, ciegas, las señoritas María y Trinidad Gutiérrez, pertenecientes a familias de Nacozari.
Escaparon milagrosamente los señores Melquíades Arvizu y otros operarios que estaban trabajando como a 800 metros del lugar.
Ante los restos de la hecatombe
Con la terrible detonación que hizo estremecer los cerros a través de la serranía, todos los vecinos fueron al lugar del siniestro. Y allí contemplaron toda una masa informe, restos de aquel siniestro. Los niveles de las minas temblaron al resentir el fuerte estallido de la dinamita, y de dentro de aquellos antros se descolgaron gruesos mantos de tierra y pesadas piedras que hirieron a varios trabajadores. Aquello era horrible, tétrico. Todo el personal médico de la compañía se había trasladado a aquel hacinamiento de carne y huesos humanos. Con la catástrofe hubo incontables daños: a las propiedades de la empresa y particulares; se paralizaron las máquinas, se cortó la corriente eléctrica, se rompieron muchos vidrios con el estrépito de la explosión.
El superintendente de la Moctezuma Copper Company, J. S. Williams, secundado por la autoridad local de aquel entonces, don José B. Terán, demás miembros de esa comisaría y personas influyentes, prestaron debidas atenciones, poniendo a la disposición de los familiares de los muertos y heridos cuanto necesitaran.
María Jesús Soqui, novia del héroe García, murió un año después a consecuencia de la desaparición de aquel ser a quien quería entrañablemente.
El día 22 de junio de 1919 se hizo la exhumación de los restos del héroe de Nacozari del antiguo cementerio (que hoy es plaza pública del barrio de Pueblo Nuevo, Nacozari), al lugar donde se encuentra actualmente el monumento, certificando dicho acto el ciudadano Juez del Registro Civil, Manuel Molina, quien presentó una comunicación suscrita por el general Plutarco Elías Calles, entonces gobernador del estado, que autorizaba a perpetuidad el terreno donde se encuentran los restos de Jesús García.
Pasó el tiempo y en las memorias de los nacozarenses permanece todavía latente aquel hecho, como si se estuviera viviendo ese momento que ha sido recogido para la posteridad.
Texto publicado en el periódico La Opinión el 21 de diciembre de 1930
Año V, Número 97
Los Ángeles, California, EE. UU.
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