Silvestre Rodríguez: Una reseña del primer cronista de Nacozari de García

6 de agosto de 2024

Por Jesús Ismael Encinas Encinas

(26 de abril de 1991) Hace pocos días, para ser preciso, el seis de los corrientes, asistí en mi pueblo de Nacozari de García, a un acto organizado por el Instituto Sonorense de Cultura y el ayuntamiento municipal.

Contando con gran asistencia de viejos nativos de esta tierra y otros nacozarenses por adopción, se inició el programa para recordar el aniversario número 26 del viaje final de quien en vida llevara la rienda de la cultura musical de Nacozari, liderando en ello a las personas de mayor confianza del vecindario y del pueblo, a jóvenes y niños de La Caña, Oaxaca, Barrio del Asilo, de las escuelas donde respetuosamente le llamaban «Tío Tete», por tío Silvestre, pero internacionalmente conocido como El Cantor de Nacozari.

A temprana edad, posiblemente contaba yo con doce años de edad fue cuando conocí a don Silvestre Rodríguez, gran músico y compositor, a quien en esta ocasión me refiero.

El que no haya sido posible intimar con él no impide que llegue a mi memoria la imagen egregia de uno de los más grandes y cultos personajes que han desfilado por esta tierra, contribuyendo a la integración de la rica historia de esta región.

Recuerdo la imagen del hombre cuando asistía a la iglesia (era muy católico) o camino a la estación del tren para salir de viaje, con un lento caminar y su cuerpo semi inclinado por el peso de los años, pero atento siempre a contestar un saludo, a corresponder nuestros saludos con una ligera inclinación de cabeza y el toque cortés y habitual del sombrero, con la mano derecha, correspondiendo, asímismo, las atenciones o señal de respeto de otros recibidas.

Recuerdo al hombre que vestía con decencia y pulcritud, la mayor parte de las veces, de traje completo y sombrero que solo se quitaba cuando hacía una presentación artística, con algún coro de niños, o jovencitos, en muchas ocasiones audiciones frente al monumento del Héroe de la Humanidad, entonando la marcha Jesús García, que él mismo compusiera la noche de la tragedia.

Lo recuerdo con su inseparable violín, o con el piano, dirigiendo a los jóvenes valores de la música nacozarense, que tuvieron el privilegio de ser primero sus alumnos y luego sus compañeros en los grupos musicales que él forjó; organizando audiciones con la interpretación de sus propias composiciones, allá, por finales de los años 40; en eventos realizados en pro de causas nobles en la Escuela Secundaria No. 11, que también fuera la Tienda de Raya y Comercio.

En el acto del 6 de marzo de 1991, la Orquesta Típica de Sonora interpretó varias composiciones de don Silvestre y ejecutaron también música de los compositores paisanos Rodolfo Campodónico, Rafael Romero y Alejandro Torres, arrancando hurras y lágrimas de muchos asistentes, como fue el caso de un anciano que había sido conductor del viejo trenecito de vapor que corría de El Porvenir a Pilares, quien casualmente sentado a mi derecha, al escuchar una pieza susurró emocionado: «¡Jamás imaginé volver a escuchar este vals en el mismo lugar que lo bailara en 1926!» Se refería al precioso vals Belén, compuesto por don Silvestre en 1917. El lugar referido era el llamado «la biblioteca», que en la actualidad es el auditorio municipal.

Emocionante fue para los allí reunidos el oír La Pilareña, considerada el himno de todos los mineros. Esta noche medité una vez más que serían necesarias muchas páginas para describir la inspiración de cada una de las más de dos mil obras que compusiera el hombre que en 1905 se asentara en Nacozari enamorado de sus bellos paisajes, rodeado de montañas y de bosques; enamorado de sus mujeres, de las costumbres de esta gente, de su lucha tenaz por la sobrevivencia. Y se quedó entre nosotros para siempre, con su gran inspiración, para plasmar en notas musicales los momentos de placer y de alegría, también de inevitables desgracias que yo solo ambicionara poder plasmarlas con la pluma.

Recuerdo esta fecha, finalmente, el nunca deseado pero esperado ¡YA! que nos anunciara el final a los reunidos fuera de la casa donde se encontraba postrado el maestro y pienso hoy el porqué de su última obra musical, en el ocaso de su vida, le dio el título de La Balandra, que nos hace ver, según su contenido, la nave que se aleja y desaparece en el mar.

Su muerte acaeció el 31 de marzo de 1965.


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