«Máquina 501»: El autor de aquel bello corrido

5 de abril de 2022

Por Rodolfo Rascón Valencia

Alegre, festivo y de buen corazón era aquel singular personaje; de oficio cantor, peluquero, sacamuelas y compositor musical, fue un andariego de tiempo completo que recorría la región con un morral bajo el brazo y en el hombro una guitarra. También vendía cucharones y bateas de huérigo y chino. Su nombre: Ruperto Z. Medina.

Montaba un machito «charro», cambujo, y en un burro pardo cargaba la mochila y demás enseres de viajero.

Era indígena ópata, cruzado, nativo del pueblo de Óputo, que a las chicas lisonjeaba con simpáticos versos que al momento improvisaba, y a los buquis los conquistaba con galletas, dulces y frutas. Las muelas las extraía a jalones, con los dedos o con pinzas, después de anestesiar debidamente al paciente con el respectivo trago de «vichota» puro o «serequi», como antiguamente le llamaban al «tumba yaquis» regional.

El pequeño mundo de don Ruperto lo conformaban los minerales de El Tigre, Cananea, Pilares, Lampazos, Churunibabi y Placeritos, nombre, este último, que en ese tiempo daban a Nacozari. También recorría algunos municipios, haciendas y ranchos del distrito de Moctezuma.

A menudo se le miraba de gira por esos pueblos de Dios, en compañía de otro cantor trashumante llamado Santiago Burrola, ofreciendo su arte cancioneril.

El siete de noviembre de 1907, Ruperto Z. Medina se hallaba en Nacozari en compañía de Burrola cuando ocurrió la tragedia que enlutó toda la sierra. Consternados y contritos, los cantores se dieron a la tarea de plasmar en un corrido la inmensa pena que embargaba a los nacozarenses ante aquella gloriosa, pero espantosa muerte del héroe de la humanidad.

Al día siguiente, los cantadores arrancaban gemidos y llanto, vítores y palmas de los hombres y mujeres que los oían, al estrenar el precioso Corrido de Jesús García. Y lo cantaron durante todo el día y la noche siguiente a petición de amigos, compañeros y parientes de aquel hombre excepcional.

Cincuenta años después, un plagiario de pacota y mala ley se apropiaba de algunos versos de este corrido y se ostentaba como compositor del «corrido» Máquina 501. La tal máquina 501 no existía en aquel tiempo. No había ni cien máquinas en todo el país y la que Jesús usó para alejar al pueblo del vagón que se incendiaba era la vieja máquina número 2 que utilizaban, nada más, para acomodar las góndolas y vagones en los patios de la estación. Le llamaban «La Patiera».

¡Válgame, Dios, qué tragedia
en Nacozari pasó!
El día siete de noviembre
cuando la pólvora ardió

dice la primera cuarteta, y la última remacha con gran verdad:

Compusieron estos versos
dos que andaban en la bola:
Ruperto Z. Medina

y don Santiago Burrola.

Como suele suceder, en los años posteriores, el corrido fue manoseado y modificado por cualquier extraño, hasta aparecer cuatro versiones del mismo. Pero la versión buena, la original, solo unos cuantos la sabemos gracias a Juanito Madrid, de Nácori Chico; Ricardo Jiménez, de Sahuaripa y Miguelito Vásquez, del Valle de Teras, que lo guardaron siempre en su memoria y lo cantaban gustosos para transmitirlo y enseñarlo a quien lo quisiera aprender.

Dicha obra está en poder de quien esto afirma y firma, y está a disposición en sus cuatro versiones de cuantos la soliciten.

Ruperto Z. Medina (la «Z» de Zamora, el apellido materno) dejó de viajar, ya viejo, en los años 40 del siglo pasado cuando fue «entrampado» o atrapado por una viuda oputense que vivía en las afueras del pueblo y tenía un hijo. Era la viuda del ameritado militar huepaquense Jacobo Méndez. Nuestro personaje no tuvo familia con ella.

El día en que el indio murió, cargó hacia la nada, o al «más allá» (de la nada) con toda su obra musical, que no era muy extensa, pero sí muy buena, la cual nunca divulgó.

Nada más el corrido que nos ocupa perdura. Gracias a algunos cancioneros que lo cantaron durante más de medio siglo y lograron meterlo y guardarlo en la memoria de Juanito, Ricardo y Miguelito, quienes lo han hecho llegar hasta aquí.

Corrido de Jesús García

¡Válgame, Dios, qué tragedia
en Nacozari pasó!
El día siete de noviembre,
cuando la pólvora ardió.

Jueves, siete de noviembre,
de mil novecientos siete,
falleció Jesús García
en acción sin precedente.

Un tren que estaba en el patio
de dinamita cargado
empezó a arder de repente
en medio de aquel poblado.

El maquinista Jesús García,
que allí cerca se encontraba,
vio el peligro que corría
si aquella carga explotaba.

Pegó al furgón la patiera
y enfiló rumbo a Pilares,
subiendo por la ladera
con todo el valor al aire.

¡Concédeme, Virgencita,
el llegar al Puertecito!
Y aunque pierda yo la vida
que se salve Placeritos.

Le dice José Romero:
¡Jesús vámonos apeando!
Mira que el carro de atrás
ya se nos viene quemando.

Y Jesús le contestó:
¡Yo pienso muy diferente!
Que no por morirme yo
vaya a morir tanta gente.

Luego le dice a José:
Bájate aquí en este trecho;
déjame a mi las palancas,
ya me tocó por derecho.

Cuando José se bajó,
la explosión era inminente;
Jesús quedó en las palancas,
solito completamente.

Dio toda fuerza al vapor,
como era de cuesta arriba,
y antes de llegar al Seís,
allí terminó su vida.

Fue tan fuerte la explosión,
que hasta Pilares de oyó,
se cuartó la biblioteca
y parte de la fundición.

Pasan de doce los muertos
y más de diez lo heridos
que en las casitas del Seís
pudieron ser recogidos.

Entre los muertos que hallaron
estaba uno hecho pedazos,
él era Jesús García
con la palanca en los brazos.

¡Válgame, Dios! Dice un gringo.
¡Válgame, Dios, qué de atrasos!
Por donde quiera se hallaban pernas,
pernas, cabezas y brazos.

Del Porvenir y Pilares
salían en compañía,
muchos que venían a ver
al héroe Jesús García.

Decía don Pepe Terán;
hombre de mucho valor:
telefoneen a Pilares
para que venga un doctor.

Notificaron del caso
a Douglas, sin vacilar,
como se hallaba en El Paso,
se vino en tren especial.

Douglas le dice al cadáver:
¡Eres un héroe, Jesús!
Tuviste muerte de apóstol:
como el mártir de la cruz.

Sus hermanas lo lloraban;
su madre con más razón
de ver a su hijo querido
que lo llevan al panteón.

Vuela, vuela palomita;
vuela por toda la vía.
Ve a rendirle los honores
al héroe Jesús García.

Compusieron estos versos
dos que andaban en la bola:
Ruperto Z. Medina
y don Santiago Burrola.

FIN

Texto tomado del libro Personajes en los municipios de Sonora. Segunda parte. Editorial Garabatos (2008)


Acerca del autor:

Rodolfo Rascón Valencia es originario de Aribabi, municipio de Huachinera, Sonora. Durante muchos años se ha desempeñado como cronista municipal de Nacori Chico. Es autor de varios libros: Compositores sonorenses 1860-1940, Vestigios de la cultura ópata, Últimos apaches de Nácori Chico, El habla sonorense, Corridos sonorenses, El señor de los jerros, entre otros.


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