Jesús García Corona: el héroe de Nacozari
26 de octubre de 2022
Por el Prof. Bruno R. Fabián
Cábele la gloria al estado de Sonora al haber sido cuna de uno de sus hijos predilectos que legó su nombre a la inmortalidad, pues no tan solo los héroes guerreros que bautizaron con su sangre los campos de batalla por la libertad de nuestra patria son dignos de la eterna gratitud de las generaciones, sino también a los filántropos, a los benefactores de la humanidad y a los obreros que, en un momento de inspiración divina sacrificaron su existencia por la salvación de su pueblo natal.
Esta influencia del heroísmo, que no pocas veces hace presión sobre el corazón del hombre, revela siempre audacia, carácter, instinto o idealismo que llega a lo grandioso e inmortal. A esta pléyade de héroes inmortales que aparecen, como meteoros, de cuando en cuando en el mundo, pertenece el personaje que dio su nombre a la historia, y de quien voy a hablar en esta sencilla exposición, se llama Jesús García Corona, o sea el héroe de Nacozari, Sonora.
Allá por el año de 1907, que fue pródigo de acontecimientos heroicos, surgió Jesús García Corona de las capas más humildes, de los de abajo, revelando con su noble acción, grande y desinteresada, que, en el corazón de las masas humildes, aún vibra y centellea la energía indomable de una raza estóica, de una raza de bronce, dispuesta siempre al sacrificio. Nuestro héroe, símbolo de esa raza, nació en Hermosillo, capital del estado de Sonora el 13 de diciembre de 1881.
Fueron sus padres don José García y doña Rosa Corona, quienes lo dedicaron a recibir su instrucción primaria en los planteles de su pueblo natal, demostrando entusiasmo y empeño por el estudio que desgraciadamente tuvo que abandonar, porque la falta de trabajos y de centros industriales, en aquella época, en Hermosillo, la familia García tuvo que buscar otro campo de acción para atender sus necesidades más indispensables para la vida; y habiendo atraído en aquel tiempo mucha gente las florecientes minas de Pilares en el pueblo de Nacozari, resolvió ir a radicarse en aquel lugar rodeado de cerros y en medio del cañón del mismo nombre. Allí nuestro personaje tuvo que trabajar en las minas para ayudar a la autora de sus días que había quedado viuda en 1900, y quien, para sostener a su numerosa familia, estableció una casa de asistencia a donde concurrían muchos empleados obreros y del ferrocarril.
Más tarde, y cuando ya era conocido Jesús García Corona por sus actividades en el cumplimiento de sus deberes solicitó una plaza de fogonero en la compañía The Moctezuma Copper Company en el tren del mineral de Pilares. Como el joven García Corona era muy aficionado al estudio, todas sus horas de descanso las dedicaba a la lectura de sus libros, reglamentos ferrocarrileros y demás impresos relativos, pronto lo pusieron en condiciones favorables para el mejor desempeño de su profesión; pues no pocas veces manejaba solo la locomotora en los trabajos del patio de la misma mina.
Por aquel tiempo, el americano Loy (esposo de Ángela García, hermana de Jesús) dejó vacante su empleo de maquinista para dedicarse a otros trabajos más lucrativos; entonces Jesús García Corona, que ya se había hecho acreedor a la confianza de sus superiores, por su honradez y estricto cumplimiento en sus trabajos, le dieron posesión del empleo de maquinista.
En este alto cargo duró cuatro años, desempeñándolo con eficiencia y lealtad, al grado de conquistarse las simpatías y consideraciones del presidente de la compañía, James Douglas, así como la de los altos jefes de la negociación.
Jesús García Corona, joven de 25 años de edad, jovial, de regular estatura, trigueño, sincero y alegre, respetuoso y atento con todos, lo hicieron popular en aquella sociedad. Gustaba de los gallos y de las mañanitas, contratando la orquesta para desgranar al pie del balcón de su amada Jesusita Soqui, el romántico jayal de sus más puros sentimientos.
El día 7 de noviembre de 1907, el maquinista García Corona recibió orden de remolcar varios carros de mercancía para la tienda de raya y dos góndolas cargadas de pólvora para las minas. Al conducir el tren para cumplir las órdenes de la superioridad, un americano de apellido Phelps se dio cuenta de que iba ardiendo una de las góndolas donde iba la pólvora. El tren se detuvo; todos corrían buscando agua o tierra para apagar el fuego que continuaba, cada vez más, devorando la madera de las góndolas y la hecatombe se esperaba por momentos. Todos gritaban, corrían, pidiendo a gritos: «¡Auxilio! ¡Auxilio!».
Ante la eminencia del peligro que amenazaba volar al pueblo de Nacozari, ante aquella confusión espantosa de la multitud, se oyó un grito solemne y ronco: «¡Váyanse! ¡Déjenme solo!»
Era un alma hecha voz, dicen sus escritores, que asomaba a los labios de un obrero. Jesús García Corona, con mirada de vidente, había abarcado el panorama de una tragedia y tomado ya una resolución más honda que la vida: morir. Y murió por su pueblo y por su raza.
El fuego continuaba su acción devoradora y no había tiempo que perder. «¡Váyanse! ¡Déjenme solo!» Volvió a gritar García Corona con voz ronca y solemne.
Todo el vecindario huyó. Solamente un garrotero, revistiéndose de valor en aquel momento de expectación y de angustia, corrió y desenganchó los carros de mercancía, quedándose únicamente las dos góndolas cargadas de pólvora y pegadas a la locomotora, que arrancó con rapidez vertiginosa por la pendiente del cerro que cubre el vecindario, y antes de llegar a donde nuestro héroe deseaba se produjo la explosión que fue horrible y espantosa.
Hubo como saldo trece muertos y numerosos heridos de los que vivían cerca del desastre. El cuerpo carbonizado y hecho pedazos de Jesús no pudo ser conocido por las autoridades ni por la multitud o muchedumbre que concurrió a pesar de los auxilios humanitarios, solamente sus familiares pudieron identificarlo. Si la explosión hubiera desaparecido del mundo de los vivientes; pero fue salvado por las almas grandes que aparecen de cuando en cuando en las naciones.
Durante un mes fueron suspendidas las fiestas de aquel mineral y también durante un mes flotó el Pabellón Tricolor a media asta, en señal de duelo, con crespones negros que enlutaban sus colores. La gratitud popular le ha erigido monumentos en México, en Nacozari de García y en la capital del estado de Sonora, Hermosillo, en el parque Madero con inscripciones alusivas. Y cada 7 de noviembre, aniversario de la muerte de Jesús García Corona y Día del Ferrocarrilero, le tributan en todos los centros culturales de la República, homenajes de respeto y admiración que solo concede al heroísmo y al genio.
¡Gloria eterna al inmortal héroe de Nacozari, cuyo nombre vivirá en el corazón de sus compatriotas mientras gire el sol en el espacio!
Texto publicado en el periódico La Opinión el 8 de noviembre de 1939
Año XIV , Num. 54
Los Ángeles, California, EE. UU.
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