Homenaje al Benemérito de la Humanidad

25 de julio de 2023

Por Ciro Valdemar

La abnegación supone la existencia de gran voluntad, de un verdadero carácter dedicado a un objeto, prescindiendo del yo, llegando hasta el sacrificio en aras de un ideal.

Colón, el intrépido, al descubrir el Nuevo Mundo y demostrar la redondez de la Tierra, hizo un bien a la humanidad.

Por amor a ella son héroes los médicos rusos que, combatiendo espontáneamente la epidemia de cólera, murieron en la Manchuria China.

Héroes fueron los dos médicos americanos que, para demostrar que la fiebre amarilla se propaga por el mosquito Stegomyia fasciata, se hicieron inocular por los insectos en el hospital de La Habana. Uno murió; el otro vivió; ambos para bien de la ciencia y por la humanidad.

Héroes sociales fueron los mártires de Chicago. Y sí en la historia faltare un héroe proletario, Jesús García es gloria legítima del gremio ferrocarrilero mexicano.

¿Quién fue Jesús García?

Un humilde maquinista ferrocarrilero que nació el 13 de diciembre de 1881 en la calle de Rosales de Hermosillo, la capital de Sonora, que es apellidada justamente «La ciudad de los azhares».

Hijo de don Francisco García del Pino, de San Miguel de Horcasitas, Sonora, y de la hermosillense Rosa Corona. Estudió primaria en la Escuela de la Moneda, propia de Hermosillo.

En 1890, don Francisco se trasladó con su familia a La Colorada, distante quince leguas de Hermosillo, para trabajar en dicho mineral como herrero, siendo luego ascendido a mecánico. Dos años después fue a establecerse a Batuc, donde abrió un taller de herrería y mecánica, y donde Jesús cursó el tercer y cuarto año, observando buena conducta, puntualidad y aplicación, habiéndose distinguido en aritmética y en dibujo.

Su maestro recordaba que ya para abandonar la escuela, Jesús, al relatar en la clase de historia el episodio de Narciso Mendoza, el Niño Artillero, que fue tal emoción de Jesús, que lo abrazó para consolarlo y que, entonces, el niño le dijo:

—Profesor, yo también quisiera ser héroe y hacer algo por mi patria.

Las halagadoras perspectivas de Cananea hicieron que en 1898 don Francisco se trasladara allí con su familia, ingresando a trabajar en la herrería de la mina La Chivatera, taller donde Jesús comenzó a trabajar como aprendiz sin sueldo. Y allí, en el yunque, con el marro, se forjó todo un carácter.

En 1900 resuelven padre e hijo marchar a Nacozari, Sonora, a 100 kilómetros al sur de Agua Prieta por el ferrocarril de la frontera.

Nacozari está en un vallecito de la sierra de igual nombre. El caserío forma un círculo, en el que llaman la atención los enormes depósitos para decantar. Atraviesa la parte oriental del poblado el río que arrastra los residuos de las minas. Un camino carretero une al mineral con Moctezuma y en sentido opuesto, con Cumpas. Su población es de unas quince mil almas. Hay un casino con biblioteca pública y un salón para cinematógrafo.

El joven Jesús García Corona era alegra y gustaba, al regresar de la mina, llevar serenatas a su novia y amigas. Fue miembro de las directivas de las sociedades de obreros, y en las fiestas, dada su popularidad y estimación, siempre se le designaba para las comisiones de recepción y obsequio.

Refieren los camaradas de Jesús que una de las ambiciones más grandes de su vida fue llegar a maquinista. Un amigo influyente en el mineral lo recomendó para fogonero, y que, tomando en consideración los conocimientos mecánicos adquiridos al lado de su padre, se le admitió como «pasaleña». Así principió su carrera como ferrocarrilero.

Dedicóse al estudio de las máquinas de vapor y pronto ascendió a fogonero, y cuando demostró competencia, le fue confiada una máquina de patio.

En 1904 obtuvo el puesto de maquinista de camino entre Nacozari y Pilares, corriendo ocasionalmente el tren de Agua Prieta a Nacozari.

El jueves 7 de noviembre de 1907, se encontraba en la puerta de la estación de Nacozari el agente, un conductor y el maquinista Jesús García. Comentaban el baile de bodas de la noche anterior. El conductor decía que correspondiéndole estar de servicio ese día, hubo de irse directamente de la fiesta a la estación.

—Yo —decía Jesús —salí del baile a llevarle serenata a mi novia…

—Y a propósito, ¿cuándo te casas?

—El año que viene. Ya comencé aa hacer mi alcancía y Jesusita dice que me espera.

Jesús iba a cumplir 26 años; era alto, robusto y su cara acusaba al obrero noble y fuerte. Frente estrecha, ojos negros y pequeños, nariz algo romana, bigote largo y negro que cubría la boca grande y de mandíbulas recias, que indicaban pertenecer a un hombre de carácter, gran fuerza de voluntad y valor.

Como ese jueves descansaba por haber trabajado treinta y seis horas consecutivas, Jesús vestía correctamente. Lucía una corbata que su novia le había bordado, y en la solapa brillaba el distintivo de la mutualista a la que pertenecía. Llevaba sombrero de fieltro negro de anchas alas.

Minutos antes de las dos de la tarde, el agente interrumpió la conversación diciendo:

—¡Miren aquel carro! Está ardiendo y es de los cargados con pólvora, fulminantes y dinamita…

El conductor comentó:

—¡Estamos perdidos! ¡A correr, muchachos!

Jesús García, como rayo, corrió a una de las máquinas encendidas, trepó de un salto e hizo que la locomotora retrocediera. Él mismo enganchó los dos carros con pólvora, dinamita y otros explosivos que comenzaban a arder, y volviendo a su puesto, movió la palanca, y haciendo silbar la máquina, salió de la estación hacia Pilares.

Al salir del patio elevó la presión para alejar el tren de la muerte, como alguien lo llamó, del pueblo en que dejaba para siempre a su madre, sus hermanos, su novia y sus amigos.

Momentos después, espantosa detonación hizo temblar la tierra en muchos kilómetros a la redonda. A dos kilómetros de Nacozari, el intrépido maquinista con su tren acababa de volar en mil pedazos, lo mismo que la casa de sección que habitaban los trabajadores de vía y sus familias.

Dicen los testigos que el más terrible terremoto no es comparable por la trepidación que experimentó Nacozari, por la espantosa explosión. Las máquinas de las minas se paralizaron; la corriente eléctrica se cortó; reventaron los tanques de agua y petróleo; los vidrios de las casas estallaron y rompiéronse espejos y vajillas.

Identificados los restos de Jesús García, se procedió a sepultaros en el panteón municipal, al pie de los cerros que circundan el pueblo. El cortejo fúnebre fue imponente manifestación de duelo. La maestra de la escuela pronunció sentida oración ante un auditorio que lloraba por el que ofrendó su vida por salvar al mineral. Durante un mes no hubo fiestas ni música en la plaza. En algunos edificios fue izada la bandera nacional a media asta y todas las casas particulares se enlutaron. Muchos niños, hoy hombres, largo tiempo llevaron flores blancas a la tumba del héroe.

En el sitio de la hecatombe se colocó una lápida de mármol con la siguiente inscripción: «El siete de noviembre de mil novecientos siete, a las dos de la tarde, hicieron explosión en este lugar dos carros con dinamita, causando la muerte del heroico maquinista Jesús García y doce personas más».

La novia del que fue nuestro camarada, señorita María de Jesús Soqui, quizás impresionada por la muerte de su prometido, enfermó del corazón, falleciendo al año siguiente.

Tanto el Gobierno del Estado como la compañía minera de Nacozari, otorgaron a la madre del héroe, doña Rosa Corona viuda de García, pensiones vitalicias. En 1924 murió la venerable señora Corona viuda de García, pero mientras sobrevivió a su hijo, los trabajadores y sus familias diariamente le llevaban flores de gratitud y de recuerdo.

El H. Ayuntamiento de Nacozari de 1919, en el décimo segundo aniversario de la muerte del heroico Jesús García, exhumó los restos para depositarlos al pie del monumento que fue erigido en la plaza del mineral.

La American Cross of Honor de Washington acordó declarar a Jesús García «Benemérito de la Humanidad». En Tegucigalpa, como homenaje al mártir, se bautizó una biblioteca pública de la Federación Obrera Hondureña con el nombre «Jesús García, Héroe de Nacozari».

En México, para inmortalizarlo, al convertir en parque la antigua plazuela de Santa Catalina, se le dio el nombre de «Jardín Héroe de Nacozari». Además, por laudo del C. Presidente de la República, General de División Lázaro Cárdenas, fechado el 25 de octubre de 1935, se considera como «Día del Ferrocarrilero» el 7 de noviembre.

Finalmente, el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, tiene el proyecto de levantar en esta capital un monumento a Jesús García, sin que a la fecha se haya realizado. Este monumento bien puede erigirse en la entrada del Hospital Colonia y, a nombre del gremio, pido a la actual Administración Obrera de los Ferrocarriles Nacionales de México, se cambie la denominación de ese centro —donde las vidas de tantos compañeros son rescatadas—, por el de «Jesús García, Héroe de Nacozari».

Texto publicado en la revista Ferronales
N.º 11 – noviembre de 1939
México, D.F.


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