¿Imitar al Héroe de Nacozari? Héroes e ideales
18 de enero de 2023
Por José Juan Tablada Acuña
Aunque los señores senadores estimen que la salvación y el progreso de la patria consistan en que los puestos públicos de la administración sean desempeñados por revolucionarios de hueso colorado, semejante árbitro, a la luz de la razón, aparece no solo ingenuamente lírico, sino conmovedoramente infantil.
Los distinguidos funcionarios parecen no darse cuenta aún de que la política hace mucho tiempo dejó de ser una entidad por sí sola y que el espacio-tiempo einsteniano no puede funcionar sino en su carácter dual de «economía política» al grado de que si la primera puede existir por sí misma, la segunda perecería de inanición sin la primera.
Pero dejando las alusiones a Einstein, cuya filosofía no obstante ser revolucionaria debe ser bien poco popular en las regiones senatoriales, concretémonos a ejemplos más simples y adrezados con su picante vernáculo y pintoresco.
Pancho Villa y Emiliano Zapata fueron, según entiendo, revolucionarios ortodoxos. Ahora bien, porque llenaron hasta rebosarla esa condición que en el Senado se estima esencial, ¿podrían acaso ser nombrados, razonable y eficazmente, para desempeñar las secretarías de Hacienda o Educación?
Otro ejemplito: Supongamos un banco pintado magníficamente de verde, blanco y colorado, decorado con hoces y martillos, inscrito con las máximas capitales del movimiento libertario y aún con compases de Adelita y La Cucaracha debidamente ilustradas por el entusiasta pincel de Diego Rivera, ¿podría acaso funcionar esa institución si sus directores no fueran en su ramo técnicos y especialistas?
Hemos estampado las palabras definitivas, los caracteres fatalmente necesarios que debe poseer el funcionario a quien con mayor o menor grado de eficacia y responsabilidad deben confiarse los deberes administrativos y los servicios públicos si la organización y la reconstrucción nacionales son los propósitos anhelados y perseguidos.
Estamos en la época de los técnicos, y por razones de una progresiva complejidad científica e industrial, en la era de los técnicos especializados.
Sobre estos dos rieles inflexibles y paralelos deberá avanzar la locomotora de nuestro progreso o descarrilar causando siniestros como aquellas «máquinas locas» que tan útiles fueron a la Revolución, pero que a la actual reconstrucción serían desoladamente catastróficas.
El auge de los Panchos Villas ha pasado y esperamos que sea para siempre. Hoy, si el drama es necesario, sus protagonistas deben ser otros, no destructores, sino magnánimos a semejanza del Héroe de Nacozari, supremo paradigma capaz de regir puntualmente su locomotora en tiempos normales y capaz también, en supremas situaciones, de sacrificar su propia vida para salvar la de su comunidad.
El Héroe de Nacozari es nuestro héroe máximo y epónimo y sin par. A otros simplemente revolucionarios los ilumina un relámpago de circunstancias, cárdeno y fugaz; al de Nacozari lo alumbra el sol perene de la gloria universal mientras en la humidad exista el concepto de héroe verdadero, del varón superhumano.
Lo que sucede es que en estas épocas de mezquindad espiritual en que hasta la noción de magnanimidad se ha perdido, las virtudes destaradas, insólitas, excelsas como las de Jesús García, a fuerza de ser raras, parecen super humanas y resultan incomprensibles.
Quizás a los miopes se les antojen mitologías, fábulas, cosas que por ser semi-dioses son inaccesibles a los simples mortales.
¿Imitar al Héroe de Nacozari? Vamos, sería tan vano como querer imitar a Ilhuicamina que flechaba a las estrellas o a Prometeo, que robaba fuego a los dioses.
De esa mediocridad de criterio, de ese rebajamiento lamentable del ideal hasta proporciones inferiores depende sin duda la peregrina, la desconcertante, la pueril filosofía que parece imperar en el Senado.
Filosofía aciaga, pues —en vez de unir y conciliar a todos los mexicanos en un solo y armonioso propósito de cooperación en el engrandecimiento patrio—, trata de dividirlos resucitando diferencias inoportunas y discordias que no tienen razón de ser.
Filosofía de fracaso y de bancarrota, pues trata de sustituir la inteligencia disciplinada con el ardor sectario; la técnica con la improvisación; la ciencia con el entusiasmo descarriado.
Y filosofía, por fin, pequeña hasta en su objetivo final, pues trata de poner lo transitorio y contingente en lugar de lo cósmico y eterno.
Porque, en efecto, es más fácil imitar los méritos locales y transitorios que el paradigma universal y perdurable de un Héroe de Nacozari.
Y por lo menos en los objetivos, en los propósitos, en sus ideales, hay que ser desinteresado, noble, magnánimo.
Nueva York
Octubre, 1930
Texto publicado en el periódico La Opinión el 14 de octubre de 1930
Año V, Número 29
Los Ángeles, California, EE. UU.
Acerca del autor:
José Juan Tablada Acuña (Ciudad de México, 1871) fue un poeta, periodista y diplomático mexicano que aportó de manera importante al desarrollo de la poesía mexicana e hispanoamericana. Se le considera como una de las figuras más importantes del modernismo y la vanguardia mexicanos. Fue colaborador de periódicos como El Universal, El Mundo Ilustrado y El Imparcial. Colaboró también en medios de Cuba, Venezuela y Colombia. Ocupó importantes puestos diplomáticos en Japón, Francia, Ecuador, Colombia y Estados Unidos.
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