El querido y casi desaparecido mineral de Pilares de Nacozari

4 de agosto de 2022

Por Jesús Omar Noriega Careaga

Continuamos dando a conocer la narración de Jesús Carbajal Velarde, sobre Pilares de Nacozari, que a continuación dice: Recuerdo y bien que más abajo de la placita se encontraba el edificio de la Presidencia Municipal, dentro del cual también se dejaba ver la comandancia de policía y el «motel municipal» o del «pueblo» conocido como la cárcel pública, construcciones que no obstante el paso de los años se siguieron conservando en buenas condiciones. Frente a la presidencia se ubicaba la tienda principal del pueblo, porque había toda clase de mercancía, cuyo propietario era don Ramón Galindo y enseguida estaba al molino de maíz o nixtamal en el cual vendían masa y tortillas, cuyos dueños venían siendo unos descendientes del imperio del Sol Naciente, unos japoneses de apellido Cotaque.

Ahora para tomar aire voy a narrar una anécdota que sucedió en dicho mineral. Recuerdo que la tienda de don Ramón Galindo tenía un barandal que daba para el frente de la presidencia y en cierta ocasión estaban paradas y recargadas sobre el barandal las hijas de don Ramón, que eran parte de una familia más que respetable y honorable, quienes por su honesto y tesonero medio de vida se habían convertido en una de las familias más ricas del mineral. En esos tiempos entró a trabajar con el municipio un joven llamado Jesús Gallegos, a quien se le conocía con el remoquete de «El Jornalero», a quien comisionaron dentro del Departamento de Limpia, trabajo que desempeñaba arreando unos burros sobre los cuales colocaba unos cajones para echar la basura, que como en todos los pueblos, la gente coloca fuera de sus casas para que los llamados «tirabichis» la levanten muy tempranito, labor que hacía en burro porque en aquellos años, ¿carros, de dónde vida mía? Mas como este «Galleguitos» era güevón de corazón —pues casi por no decir nunca trabajaba alegando que estaba muy tierno—, esa vez no se sabe cómo se animó a hacerlo, algo que a todos extrañó, por eso una de las hijas de don Ramón le gritó:

—Hasta que vas a trabajar, Jornalero, aunque sea tirando basura. —Por lo que al escucharla, el susodicho volteó, y sin malicia y sin el ánimo de ofender a nadie, le contestó:

—No te apures, chula. Por hoy ya completé el viaje, pero te prometo que para el otro sí te llevo.

Más abajito de la plaza estaba un arroyo y sobre este un puentecito de madera, y al final y casi al pie del cerro, se situaba una cantina cuyo propietario lo era don Jesús Terán, a quien llamábamos con el mote de «Don Chú», lugar donde empezábamos a calentar motores aventándonos las primeras cervezas para agarrar presión y altura porque arriba del puerto estaban como siempre las hermosas muchachas de las Olas Altas esperando a sus «mateos» para hacernos pelo, barba y destronque con la feria que cargábamos.

Lo bonito y también lo feo era cuando ya en la nicho teníamos que bajar el cerro, pues ya bien servidos tratábamos de hacerlo por las vereditas, pero de todos modos nos pegábamos varios sentones o resbalones, por lo que íbamos a testerearnos contra las rocas o las ramas, por lo que con el pretexto que podíamos despeñarnos mejor le tirábamos a la amanecida para poder bajar en forma un poco más segura, aunque no era tan segura, ya que las chamaconas nos dejaban viendo con lo blanco del ojo, por lo que mejor como buenos amigos bajábamos agarraditos de la mano.

También recuerdo que todos los días, y a eso de las 5:00 de la mañana, andaba por todas las calles y veredas un señor con una mesita sobre la cabeza vendiendo pan casa por casa, quien a todo pulmón gritaba: «Paaannn, paaannn pa’l coffi», y claro, todo el viejerío le consumía, aunque entre los garañones había quienes en vez de pan preferíamos comprar a 50 centavos una «cayetanita» de pisto que traían de los pueblos y con dicha bebida curar el coffi, que en verdad agarraba un sabor a todas margaritas.

Claro que como pasa en todas las ciudades o pueblos, Pilares de Nacozari no iba a ser la excepción para distinguir a la gente pelada o pobre; a la de en medio que no era ni rica ni pobre y la llamada «popoff», los cuales vivían en la colonia Americana, siendo en primer lugar los más chinguetas, o sea los gringos, quienes eran los dueños de la mina, a los que les hacían compañía los mexicanos de más alto rango como ingenieros, divisionarios, mayordomos y sin faltar uno que otro colado aventado.

Esta fue la vida que hicimos en ese inolvidable y hoy casi desaparecido mineral de Pilares de Nacozari, por lo que al evocar esos tiempos no queda más que exclamar un melancólico OH TEMPORE, OH TEMPORE.


Publicado originalmente en El clarín de Agua Prieta | Fotografía de portada © Karla Valdez

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