Jesus Garcia Corona: El héroe epónimo

18 de enero de 2023

Por José Juan Tablada Acuña

Encomiando en anterior artículo las excelencias del «Calendario Cívico Mexicano», útil y bello aguinaldo del Departamento del Distrito al pueblo, lamenté cierto olvido en que sus redactores incurrieron y que hoy voy a señalar, pues no se trata de nada nimio, sino de algo a mi juicio muy importante y trascendental.

Pero antes apelaré a la autoridad del maestro Justo Sierra en algo relacionado directamente con este caso.

Cierta mañana en la Subsecretaría de Educación, creyendo que don Justo no llegaba aún a su despacho, penetramos a la pieza contigua y emprendimos acalorada discusión cierto filósofo comptiano, muy apreciable por otra parte, y quien esto escribe.

A propósito de no sé qué personaje civil y a quien yo llamé «heroico», el filósofo en un momento de ligereza, quiso corregirme aduciendo que no podía ser héroe puesto que jamás había empuñado las armas.

Replicaba yo, seguro de mis tesis, y se esforzaba el ágil gimnosofiasta en mantener la suya, cuando se abrió la puerta y con todo el aparato de su prestancia y de su grave voz apareció don Justo inquiriendo qué motivaba aquella discusión cuyos rumores le habían llegado.

Al saberlo frunció el ceño, clavó la penetrante mirada en mi contrincante y con aquella su manera al par irónica y cordial pronunció su fallo:

—Pues claro que Tablada tiene razón, como que los poetas son videntes y hasta nictálopes y sonámbulos y ustedes los sabios, fuera de su especialidad, son sordomudos y a veces tienen cataratas…

Y tras de ese exordio agridulce, don Justo, con ejemplos históricos, profundos conceptos y bellísimas frases, hizo triunfar mi tema y dejó al peripatético confundido y mudo…

Siento no poder transcribir íntegra y literal esa bella disertación del gran historiador, pues la idea de que los héroes no puedan ser sino guerreros es más general de lo que se cree y esa aberración debe ser destruida en la ideología de las masas. Nuestros textos de historia, en vez de destruirla, la han fomentado multiplicando las apoteosis y las consagraciones heroicas, en muchos casos sin razón y por pura megalomanía épica.

Tal prurito en muchas ocasiones grotesco es, además, injusto por exclusivo, pues coincide con el olvido a que se relegan otros heroísmos más sólidos aunque menos brillantes y sonoros que los que se acompañan con los uniformes bordados y las fanfarrias bélicas.

El culto fanático al valor personal y las continuas exasperaciones de la pasión política han exacerbado si no causado, esa injusticia que perturba el sereno ritmo de nuestra civilización definitiva y amengua nuestro cabal civismo.

Hay que retraer la vista ofuscada por el brillo de las panoplias bélicas, a las regiones más austeras donde se perfilan los héroes civiles, los del carácter, los del genio, de la virtud, de la honradez, de la abnegación desinteresada y altruista.

Hay que juzgar a esos héroes, sin espíritu de partido, sin patriotería, aislándolos de circunstancias pasajeras y contingentes, universalizándolos si es posible.

Para ello el mejor arbitrio sería hacer esta sencilla consideración. Trasladándolo de nuestro suelo a otro suelo extraño, ese héroe ¿seguirá siendo considerado como tal?

Esa prueba es la suprema, como que no sería juicio nuestro, sino fallo de la humanidad.

Pocos lo resistirían victoriosamente, pero los que triunfaran lograrían con el triunfo la superhombría.

No pretendemos que esa fuera la rígida norma de todas nuestras consagraciones; pero sí creemos que podría darnos con el justo sentido de la proporción un límite para las entusiastas y fáciles apoteosis.

Es precisamente el héroe que resistiría a esa prueba, porque su estatura moral lo agiganta en el sentido humano, porque seguiría siendo un paradigma en Londres o en el Japón, porque su heroicidad máxima no es solo lección de civismo, sino de estoicismo, de sacrificio, del amor más puro y desinteresado que pueda sentir un ser humano, el que olvidaron los redactores del «Calendario Cívico Mexicano».

Nos referimos, claro es, a Jesús García, el epónimo, el «Héroe de Nacozari» como que creemos que en materia de abnegación, de espíritu de sacrificio, de amor puro y desinteresado no existe otro héroe más grande en México, ni en el mundo, donde los habrá iguales, mas no superiores.

En todos los heroísmos puede descubrirse un móvil interesado, así sea el superior de la gloria; casi todos o la mayor parte sujetan su acción a un dilema; de un lado el sacrificio y la muerte, del otro el triunfo con todos sus beneficios temporales. En ese caso están los militares, los científicos, los conquistadores.

Otros son leales al pacto contraído con el deber y están a sueldo para cumplirlo, como el capitán que se hunde con su buque o el bombero que perece en el incendio.

Jesús García no esperaba nada de su heroísmo ni era su deber sacrificarse. Ni tenía dilemas, ni esperanzas, ni siquiera la de una gloria póstuma que en la celeridad de su ímpetu, en su cordial conflagración de holocausto, en su alma ingenua de plena y rústica sencillez, no pudo siquiera vislumbrar.

Quienes no conozcan al héroe máximo que lean la conmovida y noble biografía de Jesús García, escrita por el ingeniero Juan de D. Bojórquez y que después mediten en la arcangélica grandeza del Héroe de Nacozari y en nuestra mengua al no saber honrarlo como merece.

A Djes Bojórquez debe caberle la satisfacción de haber colocado la primera piedra del monumento que en el tiempo y en el espacio habrán de levantar a Jesús García, la poesía, la música y las artes plásticas.

Un monumento cuya demora dará la medida de nuestra falta de cultura, de nuestro retraso espiritual, pero un monumento en cambio frente al cual, una vez erecto, doblarán la rodilla, no solo sus conciudadanos, sino toda la humanidad.

¡Porque el Héroe de Nacozari ha superado los bárbaros heroísmos del pasado y es un heraldo del superhombre por venir!

Nueva York
Febrero, 1930

Texto publicado en el periódico La Opinión el 27 de febrero de 1930
Año IV, Número 135
Los Ángeles, California, EE. UU.

José Juan Tablada Acuña (Ciudad de México, 1871) fue un poeta, periodista y diplomático mexicano que aportó de manera importante al desarrollo de la poesía mexicana e hispanoamericana. Se le considera como una de las figuras más importantes del modernismo y la vanguardia mexicanos. Fue colaborador de periódicos como El Universal, El Mundo Ilustrado y El Imparcial. Colaboró también en medios de Cuba, Venezuela y Colombia. Ocupó importantes puestos diplomáticos en Japón, Francia, Ecuador, Colombia y Estados Unidos.


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