Días de campo en la cuesta del castillo

11 de marzo de 2022

Por Gustavo Adolfo Figueroa Martínez

La cuesta del castillo: ese es su nombre correcto, algunos opinan que se debe a que la hermosa construcción se semeja a un castillo, pero no es así. El nombre aparece desde el siglo XIX como colindante del rancho Juárez, propiedad de Juan Rocha, como la cuesta del capitán Del Castillo. Lo que sí es un hermoso lugar; edificación construida a principios de 1900. Fue uno de los lugares preferidos de los nacozarenses desde tiempo inmemorial. En el verano, el agua clara corriendo y mucha sombra en los huérigos (árboles).

Al triunfo de la revolución de 1910, los dueños de este lugar que tenían una compañía deslindadora de terrenos, apoyados por don Porfirio, se dieron cuenta que ya nada tenían qué hacer en México y abandonaron su propiedad. Al pasar el tiempo, el gobierno la embargó por falta de pago de impuestos. En los años 30 un Sr. Figueroa la arrendó y vivía con su familia.

En el año de 1935, llegó al lugar el obispo de Sonora, don Juan Navarrete. Venía huyendo de la sierra porque los soldados le quemaron el lugar donde vivía con sus seminaristas.

A decir de Crisanto Figueroa, hijo del señor que rentaba el lugar, allí se casaron por la Iglesia sus hermanas, Ángela María con Federico Munguía y María Luisa con Francisco Upton Freaner. Con el correr de los años, el lugar quedó abandonado y en mal estado por el paso del tiempo.

En la década de los 50, la hermosa finca fue adquirida por don Gustavo Vásquez Gudiño, quien la restauró totalmente y abrió un camino de acceso y arregló una bajada con escalones al río. Este matrimonio —formado por don Gustavo Vásquez Gudiño y su señora esposa, Esther Moreno, al igual que sus hijos, Rosella, Tatavo, Yolanda, Flor, Abelardo, Juan y Lupita—, fueron excelentes personas que dejaron huella en Nacozari de García por el buen trato con sus visitantes.

En los cincuenta, familias amigas se agrupaban e iniciaban la caravana por toda la vía del tren; como era domingo, la vía estaba libre. En el caso nuestro, recuerdo a Félix Vásquez de Espinoza y sus hijos Jesús, «El Cachucha», «La Tichi» y Javier. La tía Sara Vásquez, la tía Lucas Arvizu, Norma Durazo y Normita Arvizu. La tía Cristina y sus hijos, la Mely, el Tomasito y los cuates muy chicos: Cristina y Alfredo. Mi mamá, la «Chelo» Martínez y sus hijos: Mary, Rubén, Armando y yo, «El Guty». Nos levantaban para asistir a la primera misa y después en un punto de reunión marchábamos todos juntos por la vía, cada quien cargando algo de los lonches, trastes y agua para tomar en el camino.

Después de caminar cuatro kilómetros llegábamos al corte del cerro de donde se divisa la cuesta del castillo y allí se iniciaba el descenso por una vereda al río. Ya instalados en una buena sombra, quedábamos en esa ocasión enfrente del recodo, lugar donde el río chocaba con un peñasco y se hacia una tinaja con agua cristalina, no muy profunda. No nos dejaban entrar luego, tenía que enfriarse el cuerpo y al rato nos decían: «Mójense la mollera», lo que luego hacíamos; igualar la temperatura de los píes con la de la cabeza.

Nadábamos, jugábamos, y ya cansados y hambrientos, nos reportábamos a la cocina, debajo de un árbol y a comer. Recuerdo aquellos panes virginia con paté, su lechuga y tomate. ¡Qué delicia! Los burritos con frijoles doraditos en las brasas, de carne con papas. También circulaban los huevos cocidos, dulce de membrillo untado en tortilla de harina y otros que escapan a la memoria.

No volvíamos al agua hasta que pasaran unas dos horas. Nuevamente a chacotear hasta que el sol comenzaba a caer y ya algunos grupos de paseantes iniciaban el regreso subiendo a la vía del ferrocarril. Recogíamos el campo; a cada quien le tocaba cargar algo y subíamos a la vía a desandar el camino de cuatro kilómetros hasta Nacozari… muy cansados, ¡pero muy felices!

Acerca del autor:

Gustavo Adolfo Figueroa Martínez (originario de Nacozari de García, Sonora). Se tituló como profesor de educación primaria en la Escuela Normal del Estado de Sonora y ejerció durante 30 años. Fue socio fundador de la Asociación de Cronistas Sonorenses, A.C., de la cual fue presidente. Fue presidente de la Academia de Historia de la Sociedad Nacional de Geografía y Estadística. Fue cronista municipal de La Colorada y autor del libro Pilares y Nacozari. Reseña histórica (2008). Falleció en abril de 2022.


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