Cuando conocí al maestro Manuel S. Acuña en Nacozari
20 de abril de 2022
Por Ramiro Valenzuela López
Por azares del destino, al que esto escribe le tocó participar en el hecho curioso que se relata, el cual involucra a un destacado personaje, del que los sonorenses deberíamos conocer cuando menos brevemente su destacada vida y obra, relacionada con el ambiente musical, y sentirnos orgullosos que alguien de su categoría forme parte del linaje sonorense.
Aunque de una época más reciente —al igual que Antonio Valdés Herrera y don Silvestre Rodríguez—, (este de origen michoacano, pero a temprana edad y hasta su muerte adoptó la calidad nacozarense), Manuel S. Acuña, junto con otros compositores vernáculos de la talla de don Rodolfo Campodónico, Chito Peralta, Gildardo Vázquez, Aristeo Silva, etcétera —talentos musicales sonorenses de profunda inspiración quienes imprimieron un distintivo especial a nuestra música regional; la que en esos tiempos, sin las facilidades que ofrece la comunicación electrónica actual—, por su calidad, rebasó las fronteras mexicanas y aún se sigue escuchando por todas partes en programas radiofónicos.
Nuestro personaje, Manuel S. Acuña, es considerado uno de los más inspirados compositores sonorenses del siglo XX. Nació en Cumpas, Sonora, pero su niñez y adolescencia las vivió en Nacozari de García, donde cursó su instrucción primaria y después tomó clases de música al lado del insigne melómano don Silvestre Rodríguez. En 1921, junto con sus padres, don Manuel cambió su residencia a Los Ángeles, California, donde en 1935, se casó con María Luisa Martínez, dama oriunda de Playas de Rosarito, Baja California; procreando dos hijos: Alma Angelina y Manuel.
En el mes de noviembre de 1974, en Nacozari de García, el que esto escribe, tuvo el honor de conocer personalmente a don Manuel, cuando fui comisionado por el gobierno del estado para preparar los festejos conmemorativos de un aniversario más de la muerte del célebre héroe ferrocarrilero Jesús García Corona, en cuyo programa, se tenía contemplada la presencia de don Manuel, quien entonces presidía el Club de Nacozarenses radicados en Los Ángeles, California. Además, dicho club era el donante de un busto de don Silvestre Rodríguez, que para el efecto se había erigido en la plaza de armas de Nacozari de García; y que el Lic. Carlos Armando Biebrich Torres, entonces gobernador del estado y don Manuel, en su calidad de presidente del club donador, develarían como parte de los festejos.
Durante el desarrollo de una de las reuniones preparatorias de los eventos, por cierto una fresca tarde de ambiente romántico y menuda llovizna, nos avisaron que don Manuel, acompañado de su familia, había arribado a Nacozari y se encontraba hospedado en el Hotel Nacozari, por lo que al concluir la reunión nos trasladamos una pequeña comitiva para saludarlo y ponernos de acuerdo en la forma y hora de la develación del busto.
Una vez afinado el tema oficial, don Manuel amablemente nos invitó a participar de la tertulia, donde acompañado de su esposa y las familias de sus dos hijos, frente a una larga mesa extendida en el corredor del hotel, alegremente departían con añejas amistades de la localidad. Por suerte, al que esto escribe, le tocó un asiento al lado del ilustre compositor. Debo confesar que el suscrito conocía más de la vida y obra del mal logrado «Vate de Saltillo», Manuel Acuña, autor de hermosas poesías, entre otras Nocturno rosario, pero ignoraba muchos aspectos de la vida y obra del ilustre músico sonorense Manuel S. Acuña. Aunada a mi desinformación, la exagerada modestia y el trato afable de don Manuel, en momentos me hacía pensar que se trataba de un «compositor del montón», de los que habemos muchos.
Mientras brindábamos con Buchanan’s y bacanora, me atreví a preguntarle el género de música de su preferencia. Me respondió que componía de todo, dependiendo del estado de ánimo que experimentaba a la hora de anclar en su humanidad la inspiración; en veces resultaban temas románticos, en veces rancheros; en ocasiones armonías bullangueras, en otras, melodías melancólicas, etcétera.
Quedé pasmado cuando dijo: «Tuve suerte que algunas de mis canciones hayan sido interpretadas por Pedro Infante, Jorge Negrete, María Luisa Landín, Pedro Vargas; algunas se convirtieron en éxitos de los duetos como el de Las Jilguerillas, Las Hermanas Huerta, Águilar, Padilla, Núñez, Los Dos Reales, Bribones, Alegres de Terán, Dos Oros, Hermanos Záizar, Lupe y Raúl, Carmela y Rafael, Dueto Amanecer; tríos como Los Panchos, Los Ases, Los Calavera, Hnos. Martínez Gil, Los Tecolines, etcétera. En sus voces mis canciones dieron la vuelta al mundo».
De momento hasta pensaba que don Manuel me estaba cuenteando; y mi desinformación quedó al descubierto al preguntarle cuál de sus canciones era más conocida. Don Manuel, con la modestia que lo caracterizaba, dirigiendo su vista al mariachi respondió: «No sé si el grupo sepa alguna». De inmediato procedí a solicitar cualquier canción del maestro. Mi asombro llegó al límite al escuchar del mariachi el precioso vals Alma Angelina, tema que don Manuel compuso inspirado en el nombre de su única hija mujer.
Un tanto emocionado, le dije: «Maestro, respecto a este precioso vals, quiero platicarle una anécdota sentimental propia: El vals Alma Angelina era la canción predilecta de mi padre, que en mi adolescencia escuché infinidad de veces interpretada por algún conjunto musical, de los que mi padre invitaba a nuestra casa durante las fiestas regionales del pueblo. La letra y melodía de ese vals me impresionaron, y no obstante mi corta edad, me hice la firme promesa, que llegado el tiempo, mi primera hija llevaría por nombre Alma Angelina. Transcurrido el tiempo, yo mismo recurría a los acordes, arpegios y poesía de ese precioso vals para llevar serenatas a mi novia. Pasaron los años y llegó el feliz día del arribo de nuestra primera hija; por tanto, llegó el momento de proponer a mi querida esposa el nombre que desde mi adolescencia había fijado en mi mente. Ella, desconociendo tal hecho, después de meditar un poco, con prudencia replicó: me gusta el nombre Alma Angelina, pero ¿por qué no reponemos a mi tía y a mi hermana Angelita? Por fin decidimos partir la diferencia y bautizamos a nuestra hija con el nombre de Alma Angélica, pero el nombre ya no embonaba con la letra del precioso vals Alma Angelina. Al ver menguado mi propósito, tomé mis bártulos musicales y atraje mi inspiración para hacer una canción a la medida del nombre y belleza de nuestro adorado retoño».
Ahí concluyó mi relato a don Manuel, quien por cortesía, me pidió que entonara mi canción. Me facilitaron una guitarra y en voz baja así lo hice. Por educación, don Manuel abundó en elogios y me pidió que en un cassette (no se usaban los CD) se la hiciera llegar a Los Ángeles para grabarla profesionalmente y difundirla; cosa que por desidia y por considerar que se trataba de una simple galantería de don Manuel, nunca la envié. Después mi canción fue grabada por el Cuarteto Aragonés de Lalo Meráz, y de cuando en vez se escucha en la radio.
Una vez narrada mi anécdota, pedimos al mariachi seguir interpretando temas de don Manuel, y lo que ahí escuchamos fueron canciones por demás populares. Sin duda, se siente bonito estar cerca del autor de Mis ojos me denuncian, El preso de San Juan de Ulúa, Échale un cinco al piano, Ni tu ni yo, Si fueras mía, No sé porque te quiero mujer, Desolación, Reconciliación, Cananea rinconcito encantado, Confesión y un etcétera interminable; temas que alcanzaron la popularidad en las timbradas voces de muchos prestigiados cantantes de América Latina y pasaron a formar parte del repertorio de los más famosos intérpretes mexicanos. Don Manuel, con su propia orquesta, y a través de su empresa disquera particular, desde la ciudad de Los Ángeles, California, se encargó de difundir en Estados Unidos de Norte América, tanto su producción musical, como la de muchos compositores mexicanos.
La señora Dolores Jiménez era una dama más o menos contemporánea de don Manuel, originaria de mi pueblo, lejanamente emparentada con mi familia, y desde muy joven radicada en Nacozari, donde conoció y trató muy de cerca a don Manuel. Ella fue dama de cabecera de don Silvestre Rodríguez durante los últimos años de su existencia; por tanto y por azares del destino, quedó en su poder un valioso legado musical inédito de la autoría del compositor de El Costeño y La Pilareña, cuyas partituras, celosamente custodiaba en una vitrina cerrada con doble llave.
Uno de los días de mi estancia en Nacozari en esa ocasión, tuve el honor que doña Lola me invitase a comer a su casa. Al enterarse don Manuel de la relación que existía entre doña Lola y el que esto escribe, en forma comedida me dijo: «Como cosa suya, sugiérale a la Lola Jiménez que en bien de la humanidad libere la música inédita de don Silvestre, para darla a conocer. Es una lástima que se pierda».
Al término de mi comisión oficial, acudí a la casa de doña Lola a despedirme. No olvidé la sugerencia de don Manuel y sin mencionar su nombre, con la prudencia del caso, la externé a mi anfitriona, obteniendo como respuesta: «Ya sé de quién es la idea. Es de Manuel Acuña, ¿verdad?». Moviendo la cabeza lentamente en sentido negativo, solo se sonrió sin hacer más comentarios. No obstante mi fallida gestión, al despedirme de don Manuel S. Acuña, me obsequió un álbum musical de él y otro de don Silvestre Rodríguez; joyas musicales que aún conservo en discos de 33 revoluciones por minuto.
Desde 1921, en forma definitiva don Manuel S. Acuña fijó su residencia en la ciudad de Los Ángeles, California. Ahí estableció su centro de operaciones, estando activo hasta el año 1989, cuando a la edad de 82 años lo sorprendió la muerte.
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